La política estadounidense siempre tuvo un pie en la alcantarilla. Esclavas concubinas, modelos acompañantes en yates, Monica Lewinsky… Pero nunca, según los expertos, una carrera presidencial moderna había sido tan degradante como la que disputan Hillary Clinton y Donald Trump.

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Esta campaña no se parece a ninguna otra de la que se tenga memoria. Los insultos y la retórica han alcanzado nuevos descensos, con recurrentes apariciones de racismo, misoginia, xenofobia, violencia, teorías conspirativas y autoritarismo.

El tamaño de las partes intimas  fue tema de discusión en los debates de la primaria republicana. El candidato designado por el partido incluso sugirió que podría disparar contra alguien en la calle sin perder votos. La indecencia se ha convertido en un sello distintivo de la campaña.



¿Cómo es que se llegó hasta aquí?

El alardeo captado por un micrófono en 2005, en el que un Trump sin filtro dice con vulgaridad haber agarrado a mujeres por sus genitales y haberlas besado a la fuerza, se suma a una lista que revuelve el estómago.

No está solo en el triste espectáculo. Clinton es la candidata que los estadounidenses aman u odian, una experimentada aunque manchada política cuyos propios escándalos -los e-mails, Bengasi, acusaciones de «posibilitar» las infidelidades de su marido- han sido pasto para las fieras durante años.

Ambos rivales, que juntos son los candidatos más impopulares de la historia moderna estadounidense, han dejado a la política por los suelos.

«Nunca hemos visto algo como esto», dijo Allan Lichtman, profesor e historiador de la American University, a la AFP.

En las dos últimas elecciones, un afroestadounidense se lanzó a la carrera presidencial, dando pie a una desagradable tensión en un país ya dividido por el racismo, pero «no se descendió a las cloacas».

Este año, Lichtman apunta el dedo hacia Trump. «Es un candidato tremendamente negativo».

Thomas Jefferson fijó un temprano estándar de indecencia, al colarse en la elección de 1804 la disputa sobre si tuvo hijos con una de sus esclavas.

Hubo lascivos escándalos que involucraron a los presidentes Grover Cleveland, Warren Harding y John F. Kennedy, entre otros.

En 1987, el candidato demócrata Gary Hart fue fotografiado con una modelo de 29 años en el barco «Monkey Business».

Hart abandonó la carrera días después, y las campañas presidenciales ocuparon los tabloides, iniciando una era que terminaría una década después con el escándalo sexual de Monica Lewinsky, que llevó al presidente Bill Clinton a un juicio político.

Pero en 2016, dicen los expertos, impera la venganza y la lascivia super-aumentada.

Pocos minutos antes del segundo debate del domingo pasado, Trump sostuvo un evento sorpresa con tres mujeres que han acusado a Bill Clinton de abuso sexual, incluyendo violación, algo que el exmandatario ha negado.

Las tres mujeres asistieron al debate, observando a la esposa del hombre que dicen que abusó de ellas. Muchos consideraron que se trató de una odiosa maniobra.

«Nos hemos habituado a todo esto», escribió Richard Cohen en su columna en el diario The Washington Post. «Las mentiras, las volubles definiciones del sexo… el mal gusto de todo, la desaparición de la línea entre lo rpivado y lo público».

Ferrel Guillory, director del programa de Vida Pública en la Universidad de Carolina del Norte, consideró que el discurso político se inflama online.

Acusaciones y contra-acusaciones se producen en tiempo real. Lo que una generación atrás hubiera sido una cruda conversación política cerveza de por medio, ahora es vista u oída por cientos, miles, incluso millones de personas.

Segín Guillory, reglas no escritas que solían mantener a la política en terreno civilizado, ahora son abiertamente ignoradas, como en el último debate, cuando Trump amenazó con encarcelar a Hillary si resultaba electo.

«Eso no es lo que hacemos en Estados Unidos. No encarcelamos a nuestros opositores políticos», dijo.

Un despiadado aviso publicitario de Trump muestra a Clinton cuando estaba aquejada de neumonía el mes pasado, tosiendo y tambaleándose al intentar subirse a un vehículo, dando así voz a las teorías sobre que padece una seria enfermedad.

Uno de los hijos de Trump apareció en un programa de radio vinculado a un supremacista blanco. Un pastor que respalda a Trump tuiteó una foto de Clinton con la cara negra.

El propio Trump, frustrado por un hombre que protestaba en uno de sus mitines en febrero pasado, gritó: «Me gustaría darle un puñetazo en la cara».

El candidato ha hablado sobre el ciclo menstrual de una presentadora de la cadena Fox. Se metió en una disputa con una ex Miss Universo, despotricando contra ella en Twitter.

Es discutible que la animosidad de la campaña de 2016 se reproduzca en futuras elecciones.

«Si Trump pierde por mucho, probablemente no será un lugar común», consideró Lichtman.

«Si gana, o pierde por poco, habrá establecido un nuevo modelo de hacer política en Estados Unidos», agregó.