He vivido apenas 33 años, muy poco comparado con el tiempo que tiene nuestro país siendo libre e independiente, y el malestar interno causado por los males socio-económicos que estamos atravesando me quema hasta el más recóndito de mis sentimientos.
Nací de una familia humilde y muy trabajadora, llena de innumerables valores que hoy han marcado positivamente mi camino en la vida. Mi madre, soltera desde mi alumbramiento, nunca falló en sus obligaciones maternas, recta y me brindó su amor ( que ahora me lo quito y se los dio a mis hijos), tíos que han sido como padres y madres siempre han estado presente, primas-hermanas de buen corazón…. y no puedo olvidar ni jamás lo haré mi abuela que sin lugar a equivocarme fue un ser durante sus 94 años de vida sin la más mínima maldad en su interior, conciliadora, humanitaria, atenta, trabajadora, amorosa, excelente cocinera, apegada a los valores católicos, respetuosa, se preocupaba de cada uno de sus hijos, nietos, biznietos y tataranietos, temerosa de los “calieses” aún en la época de los 90’s…definitivamente un ser humano digno de admirar.
Ese es el recuerdo que aún permanece en mí, luego de 11 años de haber tenido que dejar mi hogar donde viví con mi madre, mi abuela, mis dos tíos, dos primas… aquella morada que cada fin de semana visito sin probabilidad de error ni tema de negociación.
Inicie este escrito con un desahogo social saltando bruscamente hacia mi infancia para poder realizar un contraste de los valores que antes estaban presentes y que hoy se ven muy poco, observo la estupidez con la cual nos estamos dirigiendo en los últimos tiempos en la sociedad dominicana, en donde sacar nuestra Bandera en las fechas de celebración patriótica ya no es común, recuerdo como mi madre me llamaba desde su trabajo a preguntar si el símbolo patrio ya estaba colgando de la ventana del frente un 26 de Enero o 27 de Febrero y que todos los vecinos colocaban con orgullo esa imagen tricolor. Una gran parte de los adolescentes de hoy se comportan como unos estúpidos sin límites, parecen que concursan en un reality desagradable de quién hará el más ridículo, sé de un caso en una guagua de transporte público donde unos ESTUDIANTES subieron como pasajeros, y la “chercha pollo-loquística” – malas palabras que tenían dentro del vehículo molestaba hasta el cobrador del transporte, un personaje que normalmente es extrovertido. Cuando este último les solicitó un asiento para una persona envejeciente a unos de esos jóvenes, uno respondió: “No tengo que darle nada a ningún M…….O” ( más otras palabras innombrables por este medio), luego invadió un silencio por algunos segundos y continuo el espectáculo de mal gusto que protagonizaban esos menores de 20 años.
La estupidez se adueñado de nuestra tierra criolla, personajes de Instagram que promueven la inmoralidad, videos sumamente frustrantes que alientan al Chapeo, la vida fácil, sexo, alcohol, que ostentan riquezas sin menor esfuerzo tienen secuestrada las mentes frescas que son las que estarán presentes en nuestros destinos laborales, políticos, públicos dentro de no menos de 15 años. Nuestros líderes de la política se han olvidado de un detalle tan importante como es la familia, aunque mucho de ellos al igual que empresarios son muy astutos (no criticando) y están preparando a sus hijos y generacionalmente continúen al frente de la oligarquía actual.
No podemos dejar que la estupidez siga su curso como expresa el escritor Francisco Lozano Winterhalder, hay que ponerle un límite, una parada de “No Más”, somos el ridículo del Caribe, como uno de los países con más corrupción en América Latina, dentro de los cinco a nivel mundial con más accidentes de tránsito, con una educación con enormes oportunidades y el único en el mundo que ha permitido que un país vecino nos coloque como adefesio internacional siendo nosotros los Dominicanos quienes más han ayudado a sus nacionales, con o sin catástrofe.
La estupidez la tenemos aquí, en nuestras narices, frente a frente, mal oliente y que intoxica… esa Descomposición Social que crece lentamente como un cáncer, y que nuestros “líderes” conocen.
Opinión de Raúl Amiama