Un alcohólico holandés de larga duración decidió poner fin a su vida este año con una inyección letal, asegurando que ya no era capaz de salir adelante, explicó su hermano en un conmovedor homenaje.
Mark Langedijk tenía 41 años y era padre de dos hijos cuando llegó a la conclusión de que la única solución para acabar con su dolor y su sufrimiento era la eutanasia, que se llevó a cabo este verano en casa de sus padres, en Holanda.
“Mi hermano pequeño está muerto”, escribió Marcel Langedijk, un periodista que trabaja por cuenta propia, en un artículo para la revista holandesa Linda, publicado la pasada semana.
“Estaba en su cabeza. Era su problema. Qué problema era, nadie puede realmente imaginarlo”, agregó, revelando que su hermano había asistido a 21 sesiones de rehabilitación en los últimos ocho años y que tenía el apoyo de su familia, que le quería.
“Para cuando Mark se dio cuenta de que necesitaba ayuda, de que necesitaba hablar con alguien, ya era demasiado tarde. Para ese entonces, el alcohol ya le tenía atrapado y no le dejaba escapar”.
Langedijk fijó que su muerte fuese el 14 de julio -“un bonito día para morir”- y pasó sus últimas horas junto a su familia en el jardín de sus padres, comiendo bocadillos de jamón y queso, sopa de albóndigas y fumando.
Un doctor autorizado acudió después para administrarle las tres inyecciones que le mataron.
Contactado por la AFP, el publicista de Langedijk dijo que la “reacción internacional” a su artículo había sido “abrumadora y bastante inesperada” y que éste “sentía que había dicho todo lo que quería decir por el momento” mientras escribe un libro sobre la experiencia de su familia.
Holanda y su vecina Bélgica se convirtieron en los primeros países del mundo en legalizar la eutanasia, en 2002. Ésta se lleva a cabo en condiciones muy estrictas y sólo después de que un mínimo de dos doctores hayan certificado que no existe ninguna otra solución razonable para el paciente.
El pasado año se produjeron 5.516 casos de eutanasia en el país, es decir, el 3,9% de todas las muertes registradas.
Más del 70% de los que optaron por dejar de vivir sufrían de cáncer. Un 2,9% padecía demencia o enfermedades psiquiátricas, incluyendo a algunos que llevaban mucho tiempo luchando contra la dependencia del alcohol.
AFP