«Sólo hacíamos nuestro trabajo»: Kuniyoshi Takimoto, uno de los últimos supervivientes del ataque de Pearl Harbor, trabajaba como mecánico del ejército japonés el 7 de diciembre de 1941, cuando los aviones nipones atacaron por sorpresa a la flota estadounidense en el archipiélago de Hawái.

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Setenta y cinco años después, Shinzo Abe será el primer jefe de gobierno japonés en acudir, a fines de diciembre, al lugar de la ofensiva que precipitó la entrada de Estados Unidos en la Segunda guerra mundial.

Será una forma de cerrar un capítulo, ocho meses después del histórico viaje del presidente Barack Obama a Hiroshima, cuyo bombardeo atómico en agosto de 1945 supuso el trágico epílogo del conflicto.



Ese famoso 7 de diciembre, Takimoto no estaba en los aires y permaneció en el portaaviones Hiryu, a 460 km del objetivo, desde donde vio despegar a los aparatos, en dos oleadas.

«Me pregunté cómo un país tan pobre podría salir bien parado ante semejante potencia» confía el veterano, de 95 años, en una entrevista concedida a la AFP en su domicilio en Osaka.

– ‘Cuerpo y alma’ –

Al principio, cuando se le informa de la misión junto a otros tripulantes, queda estupefacto. Pero luego retorna la rutina y el Día D los aviones despegan, sin mayor efervescencia.

«En las películas sobre los kamikazes, se ve a todo el mundo agitando los brazos» en el momento del despegue de aviones. «No hubo nada de eso» explica Takimoto.

«Armábamos los aviones con bombas para que partieran al frente. Volvían a bordo y había que llenar los tanques de combustible, rearmarlos» relata, con una mirada despierta y gestos demostrativos. «Cuando se nos daba una orden, la cumplíamos en cuerpo y alma, pues estábamos en guerra (…)», añade.

«Era el principio, y de alguna manera fue un ataque desleal» por su lado imprevisible, opina el anciano.

En Japón, Pearl Harbor fue motivo de celebraciones patrióticas. «Cuando volví a fines del mes de diciembre, fuimos recibidos con hileras de banderas», recuerda.

Takimoto afirma haberse sentido incómodo con este ambiente eufórico. Luego sería agente inmobiliario y un incansable crítico de la guerra y sus promotores.

«Siento una profunda cólera ante los dirigentes de la época. Para ellos no éramos seres humanos», afirma.

– De Pearl Harbor a Hiroshima –

La victoria cambiaría rápidamente de bando, confirmando los temores del mecánico.

En junio de 1942, la épica batalla de Midway frena el impulso japonés; el portaaviones Hiryu es pasto de las llamas y un millar de hombres perecen. Kuniyoshi Takimoto se salva junto a otros 500 compañeros, gracias a barcos que vinieron en su ayuda, en un escenario que el ahora anciano describe como «un infierno» y que permanecería grabado en su memoria, mucho más que Pearl Harbor.

Japón no otorga hoy una especial atención a la conmemoración de este acontecimiento. Solamente Nagaoka, la ciudad natal del almirante Isoroku Yamamoto, que planificó el ataque antes de ser abatido por los norteamericanos en 1943, celebra unos breves fuegos artificiales en memoria de las víctimas de la guerra.

En Estados Unidos, donde el 7 de diciembre ha sido erigido en jornada de la memoria, Pearl Harbor tiene en cambio un alto valor simbólico, mientras que los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki no son oficialmente conmemorados.

Cuando Barack Obama acudió a fines de mayo a Hiroshima, el primer ministro japonés saludó entonces «un nuevo capítulo de la historia de la reconciliación entre Japón y Estados Unidos». Entonces ya hubo rumores de que, a cambio, el primer ministro nacionalista nipón haría una visita a Pearl Harbor.

En efecto, según algunos expertos, sin Pearl Harbor, Hiroshima jamás se habría producido. Pero otros replican que un ataque contra una base militar no es comparable con la aniquilación de decenas de miles de civiles bajo el fuego nuclear.

Kuniyoshi Takimoto, interrogado sobre la próxima visita de Shinzo Abe a Pearl Harbour, no se hace ilusiones sobre sus intenciones. Si va, es para inflar su popularidad, dice.

«Sé lo que quiere, No me siento emocionado en absoluto».