Esta no es la vida con la que Edgar León soñaba cuando votó por la revolución socialista de Hugo Chávez en Venezuela: parado en una esquina en la República Dominicana vendiendo arepas y limonada para mantener a su mujer y a sus hijos que se quedaron en su país.
“Somos una nación rica”, dijo León. “Esto es una vergüenza. Nunca quise salir de mi país”.
Él es uno de los miles de venezolanos que han llegado a Dominicana en cifras récord este año, escapando de la escasez y la escalada de precios en su país. Pero estos últimos inmigrantes no son los médicos, abogados y estudiantes universitarios venezolanos que uno puede encontrar en ciudades como Santiago o Miami. Las calles de Santo Domingo acogen a un nuevo grupo de inmigrantes: las mismas personas que supuestamente deberían beneficiarse de los alimentos subsidiados, las casas baratas, la protección a los trabajadores y la educación gratuita que garantizaba el gobierno de Chávez.
El desplome de Venezuela ha sido tan pronunciado que los recién llegados compiten en la economía informal con los inmigrantes de Haití, el país más pobre del continente. En 1980, Venezuela tenía el segundo mayor ingreso per cápita de Sudamérica, casi el triple del de República Dominicana y 20 veces el de Haití.
Ahora los venezolanos se aparecen en concurridas intersecciones y distritos comerciales de República Dominicana como vendedores callejeros. Otros están atendiendo mesas en bares y restaurantes, o trabajando en hoteles y poniendo los víveres en bolsas en los supermercados.
“En los últimos meses hemos visto a venezolanos de clase baja haciendo las cosas que uno asociaría más con los inmigrantes haitianos”, dijo Bridget Wooding, directora del Centro para la Observación Migratoria y el Desarrollo Social en El Caribe, con sede en Santo Domingo.
En la calles
“Comencé a verlos en los últimos seis meses”, dijo Louis Joseph, un haitiano que llegó a Santo Domingo hace 15 años y que vende agua embotellada y dulces a conductores y estudiantes universitarios. “No pueden sobrevivir en su país. Ahora están en las calles con nosotros”.
León no quería salir de Venezuela y lo intentó todo, desde conducir un taxi a barrer el pelo en una peluquería. Pero los 100,000 bolívares al mes que ganaba -por encima del actual salario mínimo- solo valían unos $37 en el mercado negro cuando decidió marcharse y con eso no podía alimentar a sus dos hijos. En dos días puede ganar más como vendedor callejero en Santo Domingo, dijo.
Unos 170,000 venezolanos llegaron a República Dominicana este año, el triple de la cifra registrada hace cinco años. La mayoría viene con permisos de turistas que duran 30 días, pero muchos se quedan y pagan una multa si deciden irse. No hay cifras oficiales de cuántos se quedan en el país.
Los inmigrantes proceden de toda la escala social, desde Jean Carlos Porteles, que trabajaba en tiendas en Caracas antes de venir a Santo Domingo a vender jugos, a Marianela Aponte, que llegó hace cuatro meses con una licenciatura en Administración de Empresas y que ahora está contratando a otros venezolanos para vender accesorios de celulares en los semáforos.
Auge económico
Mientras Venezuela tiene la economía de peor desempeño en América, República Dominicana tiene la mejor. Para este año está prevista una expansión de 5.9 por ciento, convirtiéndola en la economía de crecimiento más rápido en el continente por tercer año consecutivo, según datos del Fondo Monetario Internacional. Se espera que la economía venezolana se contraiga en un 10 por ciento.
Pero el flujo de inmigrantes está comenzando a poner tensión en las relaciones y las autoridades migratorias dominicanas dicen que han fortalecido los controles para asegurarse de que los venezolanos no se queden más tiempo del que les permiten sus visas. La Dirección General de Migración arrestó el 14 de diciembre a más de una docena de venezolanos que según las autoridades estaban trabajando ilegalmente en restaurantes y hoteles en la zona turística de Punta Cana. La oficina no respondió a las peticiones para hacer comentarios.
Pero León no se arredra. Si puede ahorrar suficiente, quiere mudarse del estudio que renta a las afueras de Santo Domingo a un sitio cerca del aeropuerto con espacio suficiente para su mujer y sus hijos. Espera que en algún momento, el próximo año, se reúnan con él en la isla.
“No puedo regresar allá, no cómo está ahora”, dijo. “Es un desastre”.