La saga Odebrecht, con su tendencia a convertirse en todo un culebrón, depara oportunidades distintas para los actores sociales, políticos y gubernamentales, que en breve describo en esta columna basada en mi punto de vista, siempre cargado de subjetividad, pero no de ilógica.
Los ciudadanos: hallan un momento de inestimable valor para que su voz, un clamor en el desierto por mucho tiempo contra la corrupción, sea tomada en serio con respuestas que cambien el rumbo ético de la administración pública.
Encuentran un camino abierto para crear una fuerza social sólida que castigue con el derecho al voto a quienes los han decepcionado, a la vez que ponen en marcha inventivas para descubrir y crear opciones políticas diferentes.
Los políticos: algunos ofreciendo su verdadera cara de hipócritas y otros con el antifaz de sociedad civil pretenden vapulear al presidente Danilo Medina y conseguir el respaldo popular que nunca tuvieron por la incapacidad de convencer a la gente o de generar rupturas con el “statu quo” desde una verdadera agenda de cambios.
Como son incapaces de “sacar una gata a mear” con sus propias fuerzas, aprovechan la ola para promoverse, comer del pastel morboso y darse un baniz ético que no les corresponde, pues siempre han vivido de la corrupción y aspiran a llegar al poder para seguir siendo corruptos.
Esos tienen la oportunidad de cambiar el chip y mostrar que real y efectivamente el país les importa y que están siempre a su lado, no sólo en coyunturas proselititas.
Entes gubernamentales: más que sentirse acorralados, exagerar la nota, tejer historias urbanas que nadie cree, con decisiones efectistas y perecederas en los titulares de los periódicos, deberían avizorar la ocasión como muy apropiada para acogerse a las mejores prácticas en la gestión pública.
Esto supone la aplicación sin titubeos de consecuencias basadas en la ley, aunque conlleven sacrificios políticos y de relaciones personales, pues los intereses del país deben prevalecer.
Implica también olvidar la errática idea de que estamos en un interregno de pan y circo que pasará, corriendo el riesgo de no mirar más allá de la línea ni pensar fuera de la caja para hacer cumplir la sentencia de que toda crisis representa oportunidades para salir por lo alto, con nueva cara y en control.
Por Víctor Bautista/ Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.