-Una vez me condenó un juez a un semana de arresto domicilario en Madrid, porque a una fan absolutamente insoportable que hasta la Madre Teresa de Calcula hubiera hartado, yo le tiré un vaso de whisky.
–¿Y qué pasó?
-Y Charly se vino a vivir conmigo… Era magnífico.
-¿Por qué?
-Porque pasaban los policías dos veces al día y salíamos en calzoncillos.
-Una convivencia de una semana con Charly es un libro…
-Sí. Charly sabe con quién está. Puede ser un loco déspota si no le gusta el entorno. Pero si ha decidido ser un caballerito inglés, sabe serlo. A mí siempre me distinguió con esa forma de ser caballerito inglés. Cantábamos juntos. Grabamos horas de disparate y en algún lugar debe haber una joya. No he oído esa cinta.Me niego.
-Te niegas porque ahí hay un gran disco…
-Póstumo.
Joaquín hará gira por Argentina desde el 31 de octubre.
Joaquín Sabina pide más tequila para regar las cuerdas y sigue. Tiene ya la barba blanca y ahora canta versos como “El futuro es cada vez más breve y la resaca, larga”.
-¿Joaquín, estas entrando en zona cada vez más pesimista de la vida?
-Cuando tienes mi edad, 68, se te empieza a morir mucha gente alrededor, un poquito mayor o de tu edad. Un amigo me dijo: “¿Te estás dando cuenta la cantidad de amigos que se nos mueren y de muerte natural? ¡No de sobredosis!”. Es real. Piensas con 68 años en lo poquito que te queda. Sobre todo si has llevado una vida con más excesos que medida. He estado fumando tres paquetes diarios de tabaco, durante 40 años.
-¿Pero empezaste a cuidarte al menos un poco ahora?
-Sí. Lo que no voy a hacer, porque no sea adecuado para una canción pop, es dejar de contar lo que me está pasando. Entonces en este disco por muchos lados aparece la vejez, el otoño, el invierno comparado con la primavera.
–¿Y cómo imaginás el otoño?
-Bueno, no lo imagino. Lo estoy viviendo.
-¿Y cómo es?
-Lluvioso y gris. Se me ha muerto Leonard Cohen y ha sido tremendo. Lo bueno es que a Dylan se le ha dado el Nobel. Creo que era hora. Después de Walt Whitman y de Emily Dickinson, es el mejor poeta en inglés del siglo XX.
-El año pasado atravesaste una cirugía. Los medios españoles nos asustaron unos días… ¿Cómo fue?
-Diverticulitis aguda. Una cosa jodida, porque ya estaba a punto de la perforación de estómago. Sin embargo recuerdo situaciones divertidas.
-¿Cuáles?
-Había enfermeras guapas que me trataban bien, y después de un mes en el hospital vinieron los médicos a darme de alta, y les dije que si no me podía quedar una semana más. Y me quedé. Porque estaba a gustísimo. Me dejaban fumar.
-¿No sientes miedo desafiando a la salud todo el tiempo?
-No tengo miedo a morir, sino al deterioro. Me aguanto el sufrimiento. Por ejemplo, pienso: “Podría vivir sordo y en silla de ruedas. No podría vivir ciego, porque soy voyeur. No podría leer. Sin lucidez tampoco”. Toda mi gente ya sabe lo que tiene que hacer.
-¿Qué tienen que hacer?
-Ni bien empiece a decir tonterías, administrar una dosis importante de lo que sea y dejarme morir sin sufrir.
-Pense que ibas a decir que te llevaran a una casa de retiro…
-¡No! Eutanasia. Una vida sin conciencia no es vida. Tampoco es que piense mucho en eso, pero me gusta demasiado la calidad de vida. No puedo vivir sin leer. Si tengo un buen libraco estoy feliz en un rincón, leyendo con una copita. No necesito más.
Segunda vuelta de tequila. Bar de hotel cerrado a los huéspedes. Ahora la barra es propiedad de Joaquín. “Escucho canciones de hace 20 años, Contigo, Corre dijo la tortuga y pienso que jamás seré capaz de hacerlo de nuevo”, confiesa y parece dilatar el ritmo entre un sorbo y otro. Dieguitos, Mafaldas, “selfieros”, Mauricio Macri. Mientras el tequila baila en su garganta, los reúne a todos en la charla.
-Una tesis de la Universidad de Alicante te tiene como objeto de estudio. “La melancolía de la obra de Joaquín Sabina”. ¿Qué te generan ese tipo de análisis?
-A lo mejor te parece de una pedantería insoportable, pero me mandan muchas tesis de esas que nunca he leído. Me da erisipela ser como alguien digno de estudio. Me gusta ser tratado como alguien con quien compartir la emoción de unas canciones. Pero no que señoritas ilustradas escriban unas tesis sesudas dándoles interpretación a las canciones en las que yo nunca había pensado.
–Una de las tesis habla de tu melancolía renacentista…
-No sé si renacentista. Pero sí es verdad que la melancolía me parece el mejor jardín donde crecen esas raras flores que son las canciones populares. La melancolía no tiene que ver con la nostalgia. Tiene que ver con la sensación de que una canción se va a quedar siempre lejos de cómo la soñaste.
-¿Y tiene que ver con lo que uno nunca tuvo o con lo que perdió?
-Hay un poema que ojalá fuera mío: “Sólo de lo perdido canta el hombre”. Las canciones corrigen la realidad, la tratan de mejorar. No hay canciones felices de amor. Si las hay, no conozco buenas.
-Nuevo disco, “Lo niego todo”. Desmitificás esas etiquetas de “Profeta del vicio”. “Dylan español”…
-Tengo una colección de periódicos que te mueres de risa. En Chile, primera página: “Llega a Chile el profeta del vicio”. Pobre de mí. Otro dice: “Juglar del asfalto”. Parecen una caricatura tan extrema y ridícula que me gustaba negar eso. Incluso la verdad.
-¿Sientes que los periodistas hicimos una caricatura de ti?
-Siento que yo colaboré. Porque nunca me escondí. Esa cosa bohemia, trasnochada. Durante muchos años viví ese mundo de la noche, los boliches. Ahora tengo una vida más doméstica, mucho menos romántica. Más mesurada, con mucha minúscula. Supongo que razonablemente feliz, pero ese no es un buen territorio para escribir canciones.
-¿Estas corriendo el peligro de aburguesarte más?
-Creo que este disco va contra eso. Habla bastante de envejecer. Cuando pensé que quería hablar de envejecer me di cuenta de que absolutamente nadie quiere escuchar sobre envejecer. Tratamos de arreglarnos para que estas sean canciones no tristes que hablen de la tristeza. Piensa tú en las canciones que te han enamorado toda la vida: son tristísimas.
-Claro. No es esa felicidad efímera del reggaetón…
-Es que como que yo no sé qué es el reggaetón. (Se ríe). Lo sé sólo porque me lo han contado.
-¿ De las cuerdas vocales como estás?
-Mal, gracias. Mi casa de discos lo único que me prohibe es que me cuide la voz. ¡Dicen que sino perdemos al público! Yo no vendo voz.
¿Qué vendes?
-Vendo algo que es un modo de escupir las palabras, un fraseo, un estilo. A mí me gusta más el Goyeneche viejo que el de la gran voz. En una encuesta en España le preguntaban a la gente con quién se iría una noche a tomar cerveza y, bueno…
-¿Te eligieron a ti?
-Sí. Creo que esa encuesta la hizo el diario El País. Me eligieron y me gustó mucho. Significa que no soy un mito, ni un profesta, ni un gurú.
-¿Cómo se siente pertenecer a un mundo donde ni te rozan las redes sociales?
-¡No tengo teléfono móvil! Si tuviera, no pararía de sonar un segundo y no podría hacer lo que me gusta. Con las redes sociales sé que me pierdo algo, pero como soy lector de tres periódicos sé también que lo poco interesante que hay de redes, acaba saliendo en la prensa. Y si no sale, era basura. Prefiero el papel. No sé qué es Internet. No sé manejarlo. Tengo tiempo para pensar, escuchar un disco. Mis amigos no me llaman por teléfono porque saben que no atiendo. Me tocan el timbre. Ya no ando mucho afuera por esto de las selfies…
-¿Cómo?
-Desde que las selfies se han apoderado del mundo, no ando afuera.
-¿Y cómo te vas amoldando a este mercado de ventas de un tema solo, de, Spotify, Itunes y demás?
-No extraño porque a mí también me sacan vinilos. Nunca extraño ningún mercado, porque nunca pensé en el mercado. No sé cuántos discos vendo. Nunca me lo he preguntado. A lo mejor porque me ha ido razonablemente bien. No sé lo que es Itunes, Spotify, cosas así. Y la gente cercana a mí tiene prohibido decirme “somos el número tal de la lista”. Ni siquiera he dependido de la radio. Mis canciones no son radiales. Sin embargo, salgo y la gente está. Eso es un milagro.
-¿Alguna otra anécdota inédita de Charly para cerrar esta nota?
-Yo no soy tan loco, pero adoro ese tipo de locura suya. La real, la auténtica. Salíamos una noche del Gran Rex y nos cruzamos con un autobús de pibes muy villeros. Nos vieron y empezaron a hacernos señas. Le dije a Charly: “Mira lo que te quieren”. Charly bajó la ventanilla y les dijo: “¡Coman caviar!”. Se me pusieron los pelos de punta. La crueldad es su genialidad.
Fuente: Clarin.com