Raudha Athif no quería ser modelo. Casi que lo hacía por obligación. Sus sueños eran otros, pero su vida cambió hace tres años, cuando cumplió los 18. Una foto y el color de sus ojos le cambiaron en parte el destino.
Raudha estaba en el mar aquel día. En las playas de su país, las Islas Maldivas. Un fotógrafo le sacó la foto mágica. Y dio la vuelta al mundo. Esos ojos, sus ojos, tenían un color único. Un raro esmeralda.
Raudha pasó a ser una celebridad en su patria. Hasta el presidente de las Maldivas la recibió en la casa de gobierno. La publicidad que le había dado la chica a esa nación de 317.000 habitantes fue un soplo de aire fresco.
Un año después, la revista Vogue India la eligió como uno de los seis rostros de mujeres que iban contra los estereotipos de la moda y reivindicaban la dignidad de aquellas que no tienen voz. La revista tituló en su portada: «la belleza de la diversidad».
Pero ella no quería ser modelo. Quería ser doctora en medicina. Y no lo negaba, por el contrario, lo expresaba: «Para mí el modelaje es un hobby. No es mi carrera. Mi sueño es ser pediatra y ayudar a los niños».
Cuando tenía que hacer una campaña se fijaba bien en el anunciante. Su amor por la ecología ya lo hizo notar a los 14 años, cuando de manera no profesional, hizo una serie de spots para una causa ambientalista que invitaba a no usar bolsas de plástico.
En enero Raudha dio señales de estar cansada de su fama, que ella no quería. En su Facebook subió una imagen que no la mostraba a ella sino a un hermoso bosque repleto de árboles. La chica escribió: «Esto y no las pastillas, son mi verdadero antidepresivo».
Alguno había insinuado que estaba deprimida por tanta persecución periodística. Ella lo negaba. Y ahora está muerta. Sin que esté claro si se suicidó o fue asesinada
Raudha estaba llena de vida y era feliz. ¿Porqué suicidarse?
Tres días atrás su cuerpo fue hallado en una hostería de Rajshahi, una ciudad de Bangladesh, donde ella se había mudado hace un año para estudiar medicina en el Islami Bank Medical College. Se habría suicidado colocándose una bufanda alrededor del cuello y colgándose del ventilador.
La versión del suicidio fue dada por la Policía y confirmada por el profesor Mansur Rahman, jefe del Departamento de Medicina Legal del Hospital de Rajshani. El médico declaró: «De la autopsia resulta que se ahorcó ella». Caso cerrado. No para todos.
La primera de la izquierda, de pie. Sus ojos la identifican. Tapa de Vogue.
Sus padres, que la acaban de enterrar en un cementerio vecino al colegio de medicina donde estudiaba, no aceptan la idea que se haya suicidado. Nunca dio indicios de pensar en una medida extrema y se encontraba feliz de la vida. La directora de la hostería donde Raudha se hospedaba, Mahmuda Begum, declaró: «No creo que se haya suicidado. Pienso que fue asesinada. Siempre estaba feliz. El día de su muerte estuve hablando con ella, como todos los días, y me dijo los planes que tenía a futuro. Una persona que unas horas después se suicida no hace planes a futuro».
No sólo sus ojos. Raudha irradiaba belleza.
Lo cierto es que Raudha ya no está. Sus hermosos ojos color esmeralda ya no iluminarán. Ella quería ser médica y ayudar a los chicos. Pero sus ojos se cerraron en Bangladesh.
Muy lejos de allí, acá en nuestros pagos, miles van a la televisión para entregar sus secretos más retorcidos (reales o inventados) y obtener sus cinco segundos de fama.
En un lugar remoto llamado Bangladesh, una chica de 21 años, famosa, luchaba justamente contra eso. Contra la fama que no quiso. Ya no está entre nosotros. Sus ojos ya no iluminarán…
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