Hace cinco años, ver a personas negras en Santiago de Chile era muy poco común; pero con la última ola migratoria, verlas por doquier se ha vuelto cotidiano. El problema es que la sociedad chilena parece no estar preparada para recibir a los miles de colombianos, haitianos, venezolanos, ecuatorianos y dominicanos que forman parte de la migración que está cambiando Chile. Eso, sin mencionar a los peruanos y bolivianos, que hace años llegaron para establecerse en el país.
Esta migración sur-sur tiene su origen en la búsqueda de trabajo y un mejor nivel de vida. Pero los migrantes que llegan a Chile se topan con un rechazo y prejuicio que se manifiesta en la vida diaria. No es raro ver cómo son víctimas de bromas de mal gusto de algunos, que muchas veces son respondidas por otros chilenos que defienden a los inmigrantes, o escuchar en reuniones familiares o en la calle que “Chile se está llenando de extranjeros”. Nada más lejos de la realidad, considerando que el porcentaje de inmigrantes que vive en Chile representa el 2,7 por ciento de la población, según la última Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN) realizada por el Gobierno.
“La inmigración que ha llegado a Chile en los últimos años está protagonizada por ciudadanos de países negados o de menor reconocimiento en la significación que hacen los chilenos de un extranjero, y se trata fundamentalmente de Perú, Bolivia, Ecuador, República Dominicana y Haití. Por lo tanto, en la historia de migrantes, estamos frente a un primer desplazamiento de personas que vienen de pueblos indígenas y después frente a un desplazamiento, en el siglo XXI, protagonizado por personas del Caribe”, dice a DW la doctora en Sociología María Emilia Tijoux, académica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.
Para Tijoux, “lo que está ocurriendo es que la sociedad chilena tiene una reacción negativa y construye una serie de mitos y falsedades respecto a la inmigración. Los chilenos, no todos, pero sí muchos, manifiestan en general rechazo, xenofobia y racismo. Entonces, lo que yo sostengo a partir de las investigaciones es que no se ve con los mismos ojos al que viene de Alemania, Suecia, Argentina o China. Es algo tan profundo que la palabra inmigrante contiene una lectura agresiva, en cambio a quienes no se les trata mal se les llama extranjeros, a ellos se les invita a la casa”, dice la autora de “Racismo en Chile. La piel como marca de la inmigración”.
María Emilia Tijoux, doctora en sociología y académica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.
El fenómeno social es tan fuerte que actualmente se transmite por la Televisión Nacional de Chile la telenovela “La colombiana”, quizás en un intento por cambiar la percepción negativa hacia los migrantes. Ya antes habían hecho lo mismo con otra serie centrada en una peruana. Los cambios en la sociedad obligan a una reeducación y a remover ciertas creencias arraigadas por siglos, como que “la nación chilena es un lugar de blancos, que nos parecemos a los europeos. Entonces cuando llega gente parecida a nosotros, el rechazo es más brutal porque hace que los chilenos se den cuenta que en realidad así somos, mestizos, con un gran porcentaje de sangre indígena y negra. De ahí viene el rechazo brutal, porque la gente no quiere ser indígena, quiere ser blanca con raíces europeas”, señala la socióloga chilena.
Herencia de la dictadura
El conjunto de problemas que deben enfrentar los migrantes en Chile están acrecentados por la falta de una legislación que los resguarde y los haga sujetos de derechos. En el caso de los dominicanos y haitianos, en particular, las exigencias de ingreso impuestas por el Gobierno chileno han generado trata de personas y muertes de quienes tratan de ingresar por pasos no habilitados. Si bien la actual administración de Michelle Bachelet había anunciado un anteproyecto que buscaba crear una institucionalidad dedicada a los inmigrantes, con el tiempo esa promesa se diluyó y hoy se ve muy difícil que el Parlamento logre despachar la esperada ley en este Gobierno.
“En Chile no existe ley migratoria, lo que hay es un decreto ley de 1975, de la época de la dictadura, que es anterior incluso a la Constitución de 1980. Durante este Gobierno de Bachelet se nos prometió que la ley se promulgaría, se hicieron 6 borradores, pero no le dieron urgencia y aunque ahora se retoma nuevamente, ya perdimos la confianza”, cuenta Eduardo Cardozo, inmigrante uruguayo y miembro de la Red Nacional de Organizaciones Migrantes y Promigrantes en Chile.
Cardozo explica que la falta de una ley “genera un nivel de vulnerabilidad importante. Tanto para el Estado como para el migrante es fundamental saber quiénes están en el país y contar con políticas públicas adecuadas. Actualmente hay 500 o 600 mil personas excluidas de un marco de derecho adecuado. El derecho a la salud y todo lo demás se está resguardando por vías administrativas, no porque esté contemplado en una ley. En el sistema educacional se dan casos de niños con un número de identificación transitorio, aunque sí pueden estudiar. Estas soluciones que se han encontrado no tienen un peso real, pues si mañana cambia el Gobierno, los avances que existen pueden retroceder sin más”.
La protesta del 28 de febrero de 2017 fue convocada por la Coordinadora Nacional de Migrantes en reclamo por el alza en los costos de las visas.
El norte: foco de conflicto
Después de Santiago, las regiones del Norte Grande de Chile concentran la mayor masa de inmigrantes. La razón es la búsqueda de empleo en una zona eminentemente minera, donde hay alto flujo de dinero. En Antofagasta, se concentran cerca del 8 por ciento del total de inmigrantes que hay en todo el país. En esa región, como en la de Tarapacá, se han generado verdaderos guetos de población proveniente en su mayoría de Colombia, Ecuador y Haití.
Pablo Rojas, sicólogo social y líder de la mesa intercultural de Antofagasta, explica que “en el caso de los migrantes latinoamericanos, ellos están vinculados a empresas de servicios relacionadas con la industria minera, un área que no reporta grandes ingresos y donde se producen una serie de vulnerabilidades y explotación. A esto se suma un aumento en el discurso xenófobo y racista que se nota más a partir del año 2010, principalmente por la llegada de personas afrolatinas, de Colombia y Ecuador fundamentalmente. Esos colectivos han sido asociados al trabajo sexual, tráfico de drogas y delincuencia, lo que a la larga ha generado una acción de criminalización del migrante pobre y negro”.
Es en estas regiones donde la integración e inclusión parece más difícil aún, debido a los problemas sociales asociados a los inmigrantes que se han generado, lo que exacerba el rechazo inicial de los chilenos. “Esto es algo cultural, no va a cambiar de aquí a 10 años, lo digo porque dentro de los mismos partidos políticos operan lógicas conservadoras y xenófobas, lo que ha impedido legislar en materia migratoria, advierte Rojas y concluye: “Eso ya demuestra que a nivel institucional hay un problema y a nivel social y cultural ese problema solo se acentúa.”
Autora: Mónica Nanjari
Fuente: DW.COM