Por Johnny Arrendel

Parecería que los premios Soberano iniciaron su camino a la extinción, y más vale que reciban un sacudión que les permita retomar su espacio en el gusto de la gente, ya que si caen en el abismo nada ni nadie los resucitará.



A pesar de que ese galardón pertenece a la Asociación de Cronistas de Arte, y por tanto, ellos tienen la potestad de decidir sus detalles por libre albedrío, me permito realizar algunas sugerencias.



Lo primero es que no importa quién lo produzca, si viene de Broadway, de París o de Moscú, a menos que la propia ACROARTE no realice una reingeniería sobre el premio y le defina un nuevo concepto de que es lo que se reconoce y del espectáculo que sirve de plataforma.

Definir quién es que da el premio

Hace unos días, Joseph Cáceres, periodista de larguísima data, recordaba que cuando la licorera Bermúdez, auspiciadora de los premios artísticos El Dorado, precursor en esa materia, decidió apartar a los cronistas de arte, se les cayó el galardón como marca, perdió acreditación y desapareció.

En tal sentido, asombra la dependencia que manifiestan los directivos de Acroarte en los últimos periodos, quienes atemorizados porque en una maniobra artera, la Cervecería Nacional Dominicana, registró los nombres “Premios El Casandra” y “Premios Soberano”, aceptan de manera sumisa todo lo que impone la empresa.

Sorprendente, porque la fuerza de Premios Soberano, o antes de El Casandra, no radica en el apoyo de Cervecería, sino en el aval de los propios cronistas, que si lo retiran provocarían que indefectiblemente ese concepto se vaya a pique, como antes ocurriera con El Dorado.

Dentro un control ético y de calidad, Acroarte no debería permitir que las promociones a difundir vinculen su condición de sustentadora de la premiación en plano de igualdad, y últimamente inferior, al del patrocinador.

Tanto en las promo de radio y televisión, como en anuncios a página completa de los diarios impresos, la Cervecería aparece en un relieve superior y con mayor despliegue, como auspiciadora de Premios Soberanos, por encima de Acroarte, quien los avala y legitima.

Sin embargo, tanto los otorgantes, como los patrocinadores, deben reducir al mínimo ese afán por figurar en los primeros planos de la transmisión de las entregas, situación que no se verifica en ninguna otra premiación de importancia en el ámbito internacional.

Está demás que los patrocinadores y el presidente de turno de la institución ocupen puestos en el escenario al momento de entregar la máxima categoría, El Gran Soberano.

Segundo paso, aceptar que hay una patología

Acroarte debería reconocer que desde hace tiempo, los premios que otorga arrastran una crisis reputacional.

Las denuncias de ventas de renglones, concedidos a exponentes sin los méritos requeridos, pero sobre la base del trabajo de sus relacionistas, han minado poco a poco el prestigio de los Soberano.

No obstante, a esto se suma la caída en los estándares de producción, que desde hace varias entregas no logra encandilar a la audiencia.

Por tanto, lo mejor es que la entidad reconozca que padece un mal, y aplique un tratamiento salvador, mientras quede tiempo para recuperarse.

Esa terapia de choque puede comenzar por cancelar las próximas elecciones y seleccionar una directiva mediante consenso, que pienso podría estar encabezada por Joseph Cáceres, para que rija al menos durante los tres años venideros.

Luego se retomarían las elecciones cada dos años.

Recuperar la mística

En la medida de lo posible, ACROARTE debería tratar de retomar el nombre original de su premio, que honraba a la Soberana Casandra Damirón.

La memoria de Doña Casandra aportaba un aura positiva sobre el espectáculo, por su condición de madre protectora de la clase artística, que a todos acogía, incluso a exponentes del extranjero que visitaban el país, así como por su vinculación con las diferentes ramas del arte: en lo popular, el folclor y lo clásico.

Los exabruptos y excesos que dieron al traste con las relaciones entre Acroarte, Cervecería y la Familia Rivera Damirón, pueden ser solventados con un poco de esfuerzo de las partes.

Acroarte, sustentadora del evento que acumula mayores ratings televisivos, nunca debió permitir el exceso de Cervecería de registrar como marcas de su propiedad los nombres Casandra y Soberano, que son parte del patrimonio cultural dominicano.

Si Acroarte se llegara a desvincular de la empresa, le sobrarían potenciales patrocinadores.

Reposicionar El Gran Soberano

Soy un apologista de siempre de Cuco Valoy, el artista dominicano de mayor compromiso social a lo largo de su carrera.

Que se le otorgara a Don Cuco El Gran Soberano fue un acto enaltecedor y justo.

Pero en cuanto a la ceremonia en sí, la tendencia que se da desde hace años de otorgar la máxima categoría sobre la base de trayectoria ha desinflado las expectativas.

Si bien, el concepto que prima en Acroarte es que el Gran Soberano se otorgue por la labor de un año o por trayectoria, definitivamente lo que ha predominado es lo último

Por tanto, ya nadie está pendiente de cuál de los artistas más sobresalientes en la jornada que se evaluó pudiera ser el destinatario de El Gran Soberano.

Este es uno de los factores que contribuyen a que quienes ya obtuvieron o no una estatuilla en el renglón para el que fueron nominados, abandonen la sala.

Bajo la premisa de que entre dos cosas buenas siempre hay una mejor, Acroarte trataría de identificar en cada entrega al ganador correspondiente de El Gran Soberano por su labor de ese año y solo irse al aspecto “Trayectoria” cuando resulte perentorio.

Mejor aún, sería que para reconocer la carrera de un artista solo se recurra al Soberano al Mérito.

El Gran Soberano es para artistas

Unos lo ven como fortaleza, pero en realidad, dentro de las debilidades o complicaciones de los Soberano, está el que abarcan múltiples manifestaciones del arte y de la comunicación.

Aunque para darle actualidad y expandir su influencia, los Soberano incluyen renglones de la Comunicación, lo lógico es que la distinción máxima esté destinada exclusivamente a los cultivadores de las expresiones estéticas, o sea, a los artistas.

Sin embargo, es perfectamente razonable que un artista que descolló en la Comunicación, como Freddy Beras Goico, o que un comunicador que hizo de ese ejercicio un arte (Porque en verdad era un artista y así lo dejó plasmado en tanto autor de letras, libretista, guionista), de la talla de Yaqui Nuñez del Risco, sean reconocidos en uno u otro rol.

Pero artifices plenamente de la Comunicación, como Jatna Tavárez, no tienen por qué ser bailoteados como potenciales ganadores de El Gran Soberano.

Empoderar a reales productores

La era de los productores de “copy paste” en la escena nacional ha llegado a su fin.

Edilenia Tactuk, Guillermo Cordero, Angel Puello, Chiqui Hadad, tuvieron éxito en otros tiempos, en los campos televisivos, teatrales y de tarima, incluso, en ediciones de los Casandra o Soberanos.

Pero es evidente que ha llegado el momento de dar paso a talentos verdaderamente preparados para montar espectáculos de televisión que puedan sorprender, atrapar, sobrecoger y agradar a las audiencias en estos tiempos globales.

Lo primero es que existen falencias en la formación de estos trabajadores de la televisión o de la escena, que sobre la base de sus esfuerzos pudieron superarse, pero de manera empírica.

Más no es lo mismo contar con una base académica sólida y amplia, como la que ostentaban Onix Báez, Carlos Bass, Bienvenido Miranda Moreno, Germán Villalona o el superbo Jean Luis Jorge.

Uno que ha dado muestras de capacidad para asumir riesgos mayores es René Brea, aunque pienso que debe mediar un tiempo antes de que se le dé una nueva oportunidad para que incremente su acervo.

Aidita Selman y Waddy Jaques son de los productores que también expresan potencial para migrar hacia nuevos conceptos, pero lo mejor es explorar todas las propuestas y posibilidades.

Ahora bien, creo que hay que tratar por todos los medios de que los productores del premio sean dominicanos, o cuando menos, extranjeros radicados en el país, o que hayan vivido aquí, y conozcan nuestra idiosincrasia.