Por Cándida Figuereo
Hay hechos que laceran el alma y pasan, aparentemente, inadvertidos hasta que explota la situación por los medios de comunicación en interés de que se corrijan y de que caiga el peso de la ley en el culpable para evitar un tipo de maldad que es indignante.
Es el caso de 14 menores de edad que se alega fueron violados sexualmente por un maestro. Sea un profesor, un familiar o cualquier otro sujeto que se dedique a esta práctica debe aplicársele la pena máxima para que recuerde durante toda su vida que no se debe abusar de los niños.
Resulta incomprensible que a pesar de los avances de la humanidad en distintos aspectos, haya personas que actúen de manera irracional dañando a menores que están bajo su potestad en un plantel y a quienes deben ver como a sus propios hijos, amarlos y respetarlos.
Esos parásitos que se dedican a violar menores deben ser sancionados de manera enérgica. Es penoso que se delegue la enseñanza de los hijos a una persona que se aduce está para enseñarles y protegerles, pero resulte que es un monstruo.
El diario El Caribe publicó el caso de estos alumnos que incluyen 13 niñas de una escuela de Salcedo, municipio cabecera de la provincia Hermanas Mirabal, y de un niño que pertenece a otro centro educativo.
Este caso que no tiene nada de novedad, debe servir de advertencia a quien tengan la misma maña que se le atribuye al aludido profesor en caso de que se comprueben sus maldades. Quizás esta situación sea considerada para una mayor evaluación a personas que pasan de maestros a monstruos. Gracias a Dios son poquísimos los que cometen esta barbaridad.
Los padres y madres también deben conversar con sus hijos no solo sobre las tareas de los muchachos, sino de su comportamiento y del trato que reciben. La mayoría de los maestros son excelentes, pero uno que otro puede ser non santo.
Se asume que cuando los alumnos están con su profesor, este ve en ellos a sus propios hijos. A los niños se les cuida como a los ojos. El padre y la madre, en tanto, ven en sus hijos lo que otros no ven, le aplaude lo bueno, le orienta sobre lo correcto y debe lograr que le tenga absoluta confianza para que le informe cualquier situación irregular que le esté sucediendo.
Ante este hecho que probablemente no es el primero ni será el último, toca a la autoridad competente depurar a los interesados en estas funciones para que no se cuele un posible sicópata en una escuela, lo que evita males peores. No se puede dar chance a que se abuse de niñas y niños que son una bendición de Dios.
Tampoco se debe permitir que un canalla ponga por el suelo a tantos maestros buenos que se merecen la gloria. Es indignante una mancha de esa naturaleza.