Suena La bicicleta y las caderas de Shakira parecen de pasodoble al lado de las que cimbrean en la pista. Unos golpes eléctricos sacuden la columna vertebral de los bailarines, para los que el cachete con cachete es de una mojigatería opusina. Aquí se arrima de verdad. La mujer se dobla en posturas procaces mientras el hombre arremete al son. Incluso levantando piernas. A lo carretilla. No como Carlos Vives.
QUÉ-que-QUÉ
¡Siete pollos!
El golpeteo repetitivo de una sintonía distinta aviva los embistes.
¿El qué fue lo que ella comió?
¡Siete pollos!
Las letras no son garcilasianas ni los sonidos de finura exquisita, pero aquí, en República Dominicana, el dembow se baila como danza tribal. No importa que estemos en la barra de una discoteca o en el colmado de la esquina: el martilleo de este sonido, de procedencia jamaicana y aupado por la mezcla del rap con reguetón, pone a alicatar baldosas con los talones hasta al párroco de la iglesia: tampoco se libran los templos sagrados. A la bachata y el merengue se le suma desde hace años esta música atronadora, que retumba por las callejuelas y automóviles como banda sonora habitual. Así es como este país caribeño se ha convertido en el reino del perreo extremo.
No es nuevo, pero permanecía aislado entre las generaciones juveniles y de barriadas populares. El dembow nació en los años 80, pero no ha sido hasta la expansión del reguetón a nivel mundial y, sobre todo, de la viralización de grabaciones caseras cuando ha llegado a estar en boca de todos. En 2009, la canción Pepe, del grupo Los Pepe, superó las 500.000 visitas gracias a la interpretación del puertorriqueño Tito El Bambino. Desde entonces, la atención cambió. Su hueco en el repertorio nocturno dejó que se filtraran otros temas a cuentagotas. Como la citada Siete Pollos, de Bulin 47, que corona la sala en Punta Cana y provoca erupciones de testosterona.
Quien muchas veces ha llevado este género a las pistas ha sido Diógenes Luis de los Santos, de 34 años. En su brazo luce tatuado el nombre de su banda: La Batalla Del Dembow. Cuando la gente se cruza con él, le llama, en confianza, Batalla. Su apodo de guerra, de guía turístico y de vecino habitual de Los Mina, al este de Santo Domingo, lo ha fundido hasta hacer realidad su pasión: ser dembowsero. Antes componía samba o tecno, pero afinó el repertorio, se «limpió», para hacer estrofas «diferentes». «Antes el dembow era muy bajo, con vocabulario machista y de drogas. Ahora se integra a la familia», explica el padre de éxitos como Esto es pa bailar o Vamo a poneno heavy, que pulsa en el celular a un volumen pasmoso:
Vamo a poneno heavy
Tamo desacatao
Súbete a mi cohete
Que tamo desplanetaos
DEL BARRIO AL CENTRO
Precisamente ese ascenso del barrio bajo a los locales céntricos, con más presencia de extranjeros y clientes de cóctel en vaso de cristal, también supuso las quejas públicas por su contenido. En tribunas y televisiones escrutaron la continua aparición de la mujer como objeto sexual o la denigración de valores como el esfuerzo. «Más que ofensivas, son humillantes», protestaba un articulista en el diario Acento. «¿Por qué no asumimos una actitud crítica ante este tipo de producto nocivo?».
Quizá por eso, durante años el dembow estuvo relegado a los bares de extrarradio. Donde sobran las licencias y los controles de policía. Jamás las emisoras radiofónicas le dedicaron ningún espacio. Quizás porque, como dice Víctor Lenore en Indies, Hipsters y Gafapastas (2014), se discriminan los ritmos fuertes para no espantar a los oyentes más tranquilos. O porque la mayoría de ejecutivos discográficos siguen siendo blancos.
Katia Núñez Castillo, investigadora doctoral de Geografía y Antropología en la Universidad de Lleida, da más detalles sobre el pujante género: «El dembow tiene un origen tan remoto como el rap», dice esta dominicana con 17 años de residencia en España. «Sus mayores exponentes son jóvenes de barrios deprimidos que graban sus producciones para expresarse más que como una manifestación artística. Hay predilección por las canciones cortas y por atraer a un amplio público. Otra característica es el baile del perreo, que se ejecuta desde una exagerada sexualización y en cuya escenificación la actitud de los participantes es de seducir a la pareja con movimientos lascivos. La temática es la búsqueda de dinero fácil, la promiscuidad o los estereotipos de género».
Coge el testigo Michael Valdés, de 25 años y miembro de Los Pepe, esa banda que agitó la escena tras nutrirse de otros dembowseros como Manuelito o MC Play, de los 90. «Fuimos los que lo iniciamos en República Dominicana y cantamos lo que vemos. Es una expresión de nuestras vivencias dirigida a las mujeres y a la gente que vive en la calle. Nadie se atreve a hablar de delincuencia o droga», se enorgullece antes de reconocer que el objetivo es disfrutar: «Que aparezca alguien que la goce».
Desde luego, por el dinero no es. Sólo unos pocos, como Los Pepe y Bulin 47, han sacado algo de beneficio en esta profesión. Y, fundamental, salir fuera de República Dominicana. La mayoría sigue ejerciendo por afición o como una chamba extra, buscando mientras alguna ocupación con sueldo. «Vamos a fiestas y nos pagan 120.000 pesos (unos 2.350 euros) más residencia», detalla Valdés. «Si es fuera, hemos llegado a cobrar 6.000 dólares en Estados Unidos o 3.700 euros en Europa, vuelos y hoteles aparte».
El resto suele tirar de una banda de amigos, unos bafles y un local o domicilio particular para tocar por una pequeña paga y algo de bebida. Si hay suerte, caerá un hotel o un club turístico, que proporcionan algunas monedas de propina.
En ese ambiente se desenvuelve con soltura Wander Vargas y sus copais del barrio Los Guandules, también en Santo Domingo. A sus 24 años se busca la vida en las tablas como bailarín profesional. «Especialistas en dembow hay pocos. La mayoría estudia hip-hop, girly o funk», cuenta en un café de la zona Colonial. Lo que más salidas da, en definitiva. Baile moderno, pero sabiendo unos pasos de dembow. «Lo conozco para dar clases y porque mi pasión es aprender estilos tropicales», añade Ana Luisa, de 24 años, frente a los espejos de una escuela de baile cercana. «Es una forma de expresarse. Se utiliza el doble sentido en todo lo que dicen, aunque menosprecian a la mujer».
«¡Pero qué peras y qué manzanas!», grita un vendedor ambulante. Se le oye desde la azotea de uno de los inmuebles del distrito de Vargas, a orillas del río Ozama. Cuatro miembros de su pandilla ensayan unos pasos entre vigas. A las notas que escupe su altavoz se les unen las de los billares o las peluquerías de la acera. Algunos se asoman e improvisan algún movimiento suave de tobillos y brazos.
Ramón Santos, de 22 años, les silba. Lleva seis años como cantante, inspirándose en «la calle y las mujeres», y quiere visitar el estudio de un amigo. De la puerta cuelga un folio: Terrestudio. Lo creó Carlos Manuel, de 27 años, hace ocho. «Por practicar junto a un amigo». Ahora edita canciones y graba cedés desde 2.500 pesos, unos 50 euros: «El dembow ha cambiado. Es más comercial, menos duro. Las letras de antes se hacían como más para uno, ahora pretende llegar a más público. Se puede fusionar, pero no desaparecerá: seguirá siendo la música de la calle», sostiene pasando los dedos por una mesa de mezclas mientras calibra el micrófono. Todo, en apenas dos metros cuadrados.
Poco menos de lo que ocupa el dormitorio, la cocina y el salón de Ciara Sánchez. Esta niña de 14 años mira un concurso de la tele donde aparecen bailarinas pasando pruebas. Suspira mientras su madre le arregla el pelo. «Quiere cantar desde los 10, desde la escuela», comenta agarrando uno de los tirabuzones. «Ya tiene muchas canciones con el nombre de La Barbie Rizos. Intentamos que pase por las radios, por la tele, por los shows… hasta que pueda dedicarse por completo a esto, escribiendo sobre la vida misma», suspira.
En la radio suena Chimbala, dembowsero pujante. El vecindario, acostumbrado al perreo vespertino, se pone en fila y flexiona las rodillas como un muelle.
Esto se baila con lo pie,
con lo pie, con lo pie
Baila como debe ser
Y no marque paquete
Que tú sabes queloqué, palomo.
Un paseante con petacas de ron en los bolsillos se para, lo mira y, sin necesidad de imaginar la futura bacanal de caderas, suspira: «Hoy se amanece».
Fuente: elmundo.es