Por Gloria Isaza Posse*
La mayoría de los padres se sorprenden al ver que sus hijos se comportan como angelitos y reaccionan con más control cuando no están con ellos. Pero en casa, e incluso fuera de ella, muchas veces no les ponen atención, no les obedecen, les contestan mal y hacen pataletas. Esta situación puede llevarlos a cuestionarse y sentirse juzgados en su rol de padres, pues pareciera que los abuelos, amigos o profesores, tuvieran más capacidad que ellos para guiar y educar a sus hijos.
Todos los papás quisieran que los niños se comportaran correctamente en todo momento y en todos los lugares. Muchas veces no entienden por qué no lo logran y se preguntan qué están haciendo mal.
Como afirma la psicóloga y psicoterapeuta familiar italiana, Marta Falaguasta, esto es normal y se debe a que los niños se sienten confiados, seguros y protegidos con los padres, saben que ellos los conocen y los seguirán queriendo siempre. Esto les permite expresar sus sentimientos, frustraciones, miedos y alegrías. Con las demás personas hay menos cercanía, reprimen sus emociones y su comportamiento cambia. Como dice ella, los niños no se sienten libres de ser ellos mismos con estas personas con quienes les lleva algún tiempo construir la confianza…
Esto no significa que se deba aceptar que los niños siempre se comporten mal en casa. Existen algunas circunstancias que favorecen el comportamiento receptivo, tranquilo y amable con sus padres. Para promover un ambiente donde se les permita crecer y expresar lo que sienten, los padres pueden:
· Dar tiempo y atención. Todos los niños necesitan que sus padres les dediquen tiempo, jueguen con ellos, escuchen sus experiencias, historias, fantasías, dificultades, sueños y sentimientos. Cuando estos espacios no existen, recurren al mal comportamiento para obtener la atención de sus papás. Los niños que comparten tiempo y son escuchados con atención, son más comunicativos y pueden expresar con más facilidad lo que sienten, lo que necesitan, lo que quieren y lo que les molesta. Aceptan y respetan más tranquilos los límites, las normas y las responsabilidades.
Actualmente es común que ambos padres trabajen fuera de casa y regresen en la noche cansados a continuar con las tareas del hogar y de la crianza. Los niños pueden sentirse solos y manifestar su necesidad de cuidado, atención y afecto a través de su mal comportamiento. Crear y compartir rituales y rutinas a la hora de las comidas y al acostarse fortalece los lazos afectivos y da seguridad.
· Evitar ser muy exigentes, estrictos o sobreprotectores. En algunos casos los padres son poco flexibles y muy exigentes con el comportamiento de los niños, no entienden ni permiten el error, los supervisan y ayudan en todas las actividades. Los pequeños se ven sobrecargados con las expectativas que tienen los padres sobre ellos; pueden reaccionar con desobediencia y rebeldía, pues se sienten culpables de no ser como los papás quisieran y tienen miedo de expresar directamente sus sentimientos y sus necesidades. Los padres que, sin ignorar el comportamiento del niño, mantienen la calma y hablan en voz suave al poner limites, dar instrucciones o corregir, construyen una relación de respeto y autoridad positiva; no deben rendirse ante la rebeldía, sino explicarle o mostrarle lo que esperan que haga. Es importante tener presente que los niños necesitan más tiempo que los adultos para procesar la información; entonces, no se les deben dar varias instrucciones a la vez y permitirles que puedan ejecutarlas ellos solos, respetando en lo posible su propio ritmo; enseñarles que el error es parte importante del aprendizaje y que siempre habrá espacio para explorar y jugar. Es una labor que requiere constancia, paciencia, tolerancia y amor.
· Promover el orden y el respeto en la familia. También es cierto que cuando los niños viven en hogares muy permisivos y desorganizados, donde cada uno puede hacer lo que quiere y cuando quiere, no hay responsabilidades, normas y límites establecidos, crecen creyendo que ellos son el centro del mundo y que todos sus deseos deben ser cumplidos de inmediato. Cuando no es así, recurren al llanto, la pataleta, el enfrentamiento y el reclamo para lograr lo que desean. Si los padres se atemorizan frente a estas reacciones y, en su deseo de no tener conflictos con los niños y verlos felices, ceden a sus peticiones, les enseñan que este es un camino válido y efectivo para lograr lo que quieren. Los niños necesitan limites claros y aprender que no siempre pueden hacer u obtener lo que desean y que es importante tener en cuenta a las demás personas; esto les permitirá construir relaciones respetuosas con ellos y con los demás.
· Enseñar a manejar las emociones. Aprender a reconocer y controlar las emociones es un proceso que viven los niños desde su nacimiento y que se va consolidando a medida que crecen y maduran. No se puede exigir que lo hagan cuando aún no están en posibilidad de lograrlo, pues se afecta el valor y concepto que tienen de si mismos. Como cada niño es diferente y vive su propio proceso de maduración, este se debe tener en cuenta además de la edad, y no comparar sus logros con los de los otros. Los niños necesitan aprender a reconocer cada emoción, a manejarla sin hacerse daño a sí mismos o a los demás y a recuperar el control cuando las emociones los desbordan; a medida que logran expresarlas en forma controlada disminuyen las explosiones. Regular las emociones les permite regular su comportamiento.
· Ser modelos para los hijos. Los niños aprenden más con el ejemplo que con las palabras. Si los padres reaccionan con descontrol e irritabilidad en la casa, les enseñan que así es como se manejan las emociones, los disgustos y las dificultades. Un padre que pierde el control con frecuencia, difícilmente puede exigir a sus hijos que ellos no lo hagan. Si los papás muestran a los niños un comportamiento respetuoso dentro y fuera de casa, controlan el tono de la voz, suavizan la mirada, no agreden físicamente y limitan sus palabras, ellos aprenden a hacerlo de la misma manera.
· Conectarse con los niños. Estar con los hijos no significa estar conectados con ellos. Si no se da la conexión emocional, los niños se sienten inseguros e incomprendidos y pueden reaccionar con rebeldía y llanto. Cuando los padres logran identificar, entender y validar las emociones de los niños, establecen una comunicación especial con ellos que los conecta más allá de las palabras; pueden percibir y aceptar, sin juzgar, su estado de ánimo y sus sentimientos. Cuando se logra, padres e hijos tienen la certeza de estar presentes y disponibles para escuchar y entender desde el corazón, aceptándose tal y como son; se establece una relación cercana que les permite ser abiertos, receptivos y contar sus experiencias y dificultades. Cuando los niños pueden compartir sus vivencias con los papás, están más tranquilos y no acumulan tensión emocional que puede terminar en explosiones, llanto, gritos y pataletas.
La relación que tienen los padres con los niños influye de manera significativa en cómo van a enfrentar la vida, expresar sus sentimientos y relacionarse con los demás. Acompañarlos en el proceso de crecer es un reto permanente a conocerse y aceptarse como padres y a conocer y aceptar a los hijos como son, a mantener una buena comunicación y disfrutar la vida con ellos.
**Psicóloga de la Universidad Javeriana experta en infancia. Autora de los libros: Descubre tu GPS, Algo pasa en casa, el divorcio de mis papás y Un momento difícil, la muerte de un ser querido. Los dos últimos en coautoría con María Elena López.
Fuente: Semana.com