Los habitantes de etnia somalí del sureste de Etiopía tienen una palabra para describir la sequía que mata el ganado, agota los pozos y lleva cientos de miles de personas a buscar cobijo en campos de refugiados: «sima».

La palabra, que significa «igualado», es especialmente apropiada, afirman, porque la sequía golpea ciegamente y no perdona ningún rincón de la árida región somalí de Etiopía.



Una anciana desplazada por la sequía en Somalia camina entre las tiendas de campaña improvisadas en un campo de Baidoa.

La situación es peligrosa en un país en el que 7,8 millones de habitantes dependen de la ayuda humanitaria para sobrevivir, una ayuda que se reduce a ojos vistas.

«Comprobamos que el abastecimiento en comida está disminuyendo, y los alimentos se agotarán en cerca de un mes», asegura John Graham, director de la oenegé Save The Children para Etiopía. «Después de que eso ocurra, no sabemos qué pasará».



El país africano, símbolo mundial de la pobreza tras la hambruna de 1984-1985, en la que murieron cientos de miles de personas, había aprendido, con la ayuda de la comunidad internacional, a afrontar las crisis humanitarias.

Gracias a un crecimiento económico entre los más importantes del mundo en la última década, el Gobierno había gastado 766 millones de dólares (683 millones de euros) para luchar contra una de las peores sequías de estos años, la de 2015-2016.

Y los esfuerzos sanitarios habían permitido reducir la mortalidad infantil y el número de víctimas del paludismo.

Pero este año la situación es mucho peor. El crecimiento etíope se ha estancado, frenado entre otras cosas por una ola de protestas antigubernamentales en 2016, mientras que la atención de los donantes internacionales se orienta ahora hacia otros países en crisis en la región.

Somalia, por ejemplo, que además de la sequía afronta una guerra civil, o Sudán del Sur, donde una hambruna provocada por un conflicto duró cuatro meses y amenaza con volver.

– Falta de financiación –

El personal humanitario teme que la sequía deje cientos de miles de muertos, incluso millones, si la ayuda no aumenta con rapidez en Etiopía.

El país desbloqueó 117 millones de dólares (104 millones de euros) para luchar contra la sequía en 2017, a los que se suman 302 millones de dólares de la comunidad internacional. Pero Naciones Unidas calcula que faltan 481 millones de dólares en financiación, por lo que la ayuda humanitaria podría agotarse a partir de julio.

En la ciudad de Warder, en el sureste, los centenares de familias que ocupan un campo en ruinas comprueban que las distribuciones de arroz y azúcar son cada vez menos frecuentes.

«No es extraño que nos saltemos alguna comida», explica a la AFP Halimo Halim, una abuela que vive con sus hijos en un albergue construido con trozos de madera y de plástico.

La sequía ha dejado sin agua a las cabras, las ovejas y los asnos, esenciales para las familias de ganaderos nómadas como la de Halimo, que tienen un papel clave en la economía de la región somalí de Etiopía.

Unas 465.000 personas que perdieron a su ganado han tenido que instalarse en uno de los casi 250 campos de refugiados de la región.

Ante esa situación, las agencias humanitarias han empezado a buscar nuevos donantes, como los países del Golfo, mientras vigilan con ansiedad las conversaciones sobre el presupuesto de su principal prestamista, Estados Unidos, cuyo presidente, Donald Trump, ha propuesto recortar la ayuda internacional.