Llegó a desarrollar un reactor magnético para la NASA y le vendió 50.000 palmeras artificiales al Gobierno deLibia, pero lo dejó todo para acabar con los ahogos en piscinas. «Gracias a Dios no ha habido ningún caso en mi familia», se sincera Antonio Ibáñez de Alba en su encuentro con Crónica. «Pero siempre he sido muy sensible a las noticias que leía en los periódicos sobre los ahogamientos que se producen en verano. No podía evitar imaginar a una familia entera destrozada por un solo minuto de despiste».
Ibáñez de Alba ha invertido más de 20 años en desarrollar varias patentes contra la que es, según la OMS, la primera causa de muerte alrededor del mundo en niñosde entre 5 y 14 años. «Es un sinsentido tecnológico y un anacronismo macabro que hoy en día podamos configurar la alarma de nuestra casa desde el teléfono móvil y sin embargo no haya una aplicación o un dispositivo que nos permita tener a los niños controlados en la piscina mientras los adultos estamos haciendo otras cosas».
Su primer intento por acabar con esta tragedia se materializó en una piscina anti ahogo (gracias a un fondo que se eleva al contacto continuado de un peso) que obtuvo en 2003 el Primer Premio Internacional en el salón de la Feria de Barcelona a la Innovación Tecnológica. «Me gasté 60.000 euros, que era todo el dinero que tenía en el banco, en llevar mi invento a la feria, pero no pude contratar personal ni azafatas, así que cuando el jurado me pidió que demostrara su eficacia me desnudé allí mismo y me tiré a la piscina…».
El sistema, comercializado por Astral Pool, se utiliza hoy en piscinas de todo el mundo. «Como no me dedico a la distribución de los productos que usan mis patentes no sé exactamente cuántas se han vendido ni dónde, pero me las he ido encontrando en mis viajes. Las he visto instaladas en hoteles de Francia, Inglaterra y también España, sobre todo en Valencia». A la pregunta de cuántas vidas ha podido salvar con su invento, responde tajante: «Un sola habría merecido todo el esfuerzo, pero sospecho que han sido miles«.
El segundo intento consistió en un tipo de agua flotante que no lleva sal y de la que acaba de presentar una versión mejorada. La clave está en su densidad (30 veces superior a la del agua normal) y en una fórmula secreta a base de productos naturales, como los que se encuentran en detergentes o champús convencionales, por lo que resulta inocua. «Incluso en el caso de que el bañista quede boca abajo, la presión del aire de la caja torácica hace girar el cuerpo impidiendo que trague agua», celebra el inventor andaluz de 60 años.
El agua flotante se aplica con fines lúdicos en parques acuáticos, como el de Marina D’or, y en los programas de rehabilitación de los spas y balnearios de Puente Viesgo y Caldea. Pero Ibáñez de Alba se ha propuesto convertir su agua flotante en un estándar de seguridad para la prevención de ahogamientos en toda España. «Mi principal preocupación son los niños», asevera el multipremiado ingeniero e investigador. «Gracias a mi patente los padres podrán estar tranquilos mientras sus hijos se divierten en la piscina».
El tercer y revolucionario invento de Ibáñez de Alba se presentará el 17 de octubre en la Feria de Barcelona. «Esta vez he ido mucho más lejos», se jacta el científico. «Se trata de una serigrafía a modo de sello, como los de las discotecas, sólo que incoloro, que se aplica sobre la nuca y gracias a una tinta conductora asociada a un algoritmo controla en tiempo real los tiempos de sumersión de los bañistas, tanto de una piscina como en mar abierto». De esta manera, si la serigrafía permanece sumergida más de la cuenta saltan las alarmas.
Reconoce Ibáñez de Alba que la tecnología de localización por radiofrecuencia que emplea su nueva patente (y ya van 200) la asimiló durante sus años como ingeniero de la NASA en Los Ángeles. «Aprendí de los grandes y en las mejores condiciones». Y añade que España no reconoce los méritos de sus investigadores más consagrados. «Durante la catástrofe del Prestige se utilizó un tipo de hormigón resistente al agua. La idea fue mía, pero el mérito se lo atribuyeron otros…«.
En su disparatado palmarés de inventos encontramos un coche eléctrico, un sistema de transmisión de ondas cerebrales, un modelo de autopistas submarinas, árboles apagafuegos, una variedad ultrarresistente de césped, una cápsula de detección de cáncer de mama, unas zapatillas inteligentes y un fax de alta tecnología (cuya patente lo enfrentó a Mario Conde en los juzgados), además de las famosas palmeras artificiales. «Vendí 50.000 pero no me hicieron rico. EEUUbombardeó el Golfo de Sirte durante mi estancia y tuve que huir de Libia esa misma noche».
Aunque en su Wikipedia dice que es de Barcelona, Ibáñez de Alba reivindica sus orígenes andaluces. Nació en Chiclana de la Frontera y a los 9 años sorprendió a sus padres con un primer y rudimentario invento. «Convertí el tocadiscos de la casa en una radio que sintonizaba todas las emisoras de la época». Tras su paso por el Ejército, donde aprendió a manejar radares y llegó incluso a colaborar con la unidad especial de alta tecnología durante la Marcha verde del Sáhara, se licenció en ingeniería industrial en Barcelona. Sintió, dice, la llamada de la ciencia.
Su pasión por las piscinas se remonta a sus días de nadador semiprofesional: quedó segundo de Andalucía en 1.500 y 400 metros libres y sexto de España. Además, es cinturón negro de taekwondo. «Hice el servicio militar en el cuartel de El Serrallo, en Ceuta, y recuerdo perfectamente que una tarde estaba entrenando en la piscina cuando un compañero cordobés se tiró al agua sin saber dar dos brazadas seguidas. Acudí inmediatamente al rescate y cuando por fin lo tenía agarrado por el cuello pude ver su expresión de terror. Jamás olvidaré aquella cara».
Fuente: ElMundo.es