Los pasados torneos electorales de 2012 y 2016 marcaron un récord por el número de encuestadoras que publicaron vaticinios en torno a los aspirantes presidenciales que se disputaban el poder en República Dominicana.

En los certámenes, una serie de empresas encuestadoras hicieron pronósticos a favor y en contra de los diversos candidatos presidenciales, dentro de ellas Greenberg, Penn and Schoen, Newlink, Hamilton, Gallup, SigmaDos, Asisa, Alfonso Cabrera y Asoc, Benenson, Insight, Centro Económico del Cibao (CEC), Cid Latinoamericana, The Campol Group, ABC Marketing, Ana María Acevedo, Zogby Analistics y Bendixen & Amandi.



Además, fueron frecuentes los sondeos de radio, televisión, prensa escrita y digitales, medios de comunicación que “ponían el oído en el corazón del pueblo”.

Algunas de las encuestadoras presentaban resultados tan divorciados de la realidad que llegaron a publicar una diferencia de hasta el 15% a favor del principal oponente del candidato presidencial del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), Danilo Medina, quien resultó ganador de la competencia electoral en 2012. Ya en 2016, la ventaja fue abismal.

Indica un análisis realizado por el periódico Dominicanoshoy.com que es por ello que de inmediato surge la pregunta ¿Qué tan creíbles suelen ser las encuestas que dan proyecciones sobre las posiciones de determinado candidato presidencial o cualquier otro aspirante a ser síndico, diputado, senador, regidor u otro cargo de elección popular?

Yéndonos a la historia, encontramos que al término de la Segunda Guerra Mundial, el interés por las mediciones se extendió a casi todos los países; pero, no fue hasta la década de los sesenta que estas fueron ampliamente utilizadas con fines electorales por los medios de comunicación y los partidos políticos.

Por ejemplo, John F. Kennedy, presidente de Estados Unidos entre 1961 y 1963, fue el primer candidato a la Casa Blanca que se basó en sondeos para su estrategia de campaña. Comprendió la necesidad de estudiar las opiniones y actitudes del público en general y partiendo de esta idea, utilizó ese método de medición para definir los puntos fuertes y débiles que le atribuía la gente, así como para evaluar tanto a sus oponentes como los temas de actualidad y para ayudarle a perfilar la planificación de su campaña.

Una de las encuestas reveló que sólo el 30% de las familias enviaba a sus hijos a la universidad, pero que el 80% anhelaba poder hacerlo en un futuro. De modo que, en su campaña por el país, como parte de su estrategia, Kennedy expuso un mensaje sobre la educación dirigido a una audiencia específica. Afirmaba que era una prioridad máxima y que mejoraría las oportunidades de formación para los niños. El público respondió muy bien a este mensaje y, a su vez, a Kennedy.

La historia aquí y opiniones

En República Dominicana se han estado realizando sondeos de opinión pública electoral desde 1974, cuando el periódico La Noticia contrató los servicios del Centro de Investigación y Mercadeo Social (Cimers), para medir las preferencias de los votantes de la ciudad capital en un proceso en el que se disputaban la presidencia Silvestre Antonio Guzmán Fernández, Joaquín Balaguer, Francisco Augusto Lora, Jaime Manuel Fernández, Pedro Delmonte Urraca y Luis Homero Lajara Burgos.

A mediados de 1965, la Agencia Central de Inteligencia Americana (CIA), organizó otra consulta para averiguar por quién votarían los dominicanos en septiembre de ese año. El trabajo de campo lo realizaron estudiantes de la UASD, aunque nunca supieron quienes la auspiciaban, los resultados colocaban a Joaquín Balaguer sobre Juan Bosch, Donald Reid Cabral y otros.

El sociólogo Ramón Tejada Holguín consideró en una ocasión como lamentable que una herramienta tan importante como son las encuestas se utilice como parte de la guerra de la campaña política en el territorio dominicano.

De su lado, la politóloga Olaya Dotel opinó que la población cree más en las que realizan los medios de comunicación y que la gente tiende a distanciarse más del resto. Esta forma de mediciones lo que busca es construir noticias para su análisis.

Hay quienes consideran que en el país muchas encuestas electorales se realizan con métodos subjetivos y pocos científicos, por lo que han dejado de ser muy confiables para los votantes.

La trampa o el error puede ser que esté realizada con poco profesionalismo, o sea mal, intencionadamente, o haber inoperancia en alguna etapa del proceso de investigación. Las hechas con el método científico de rigor son impredecibles y nada garantiza que un candidato esté arriba o abajo.

Entendidos en la materia explican que estos tanteos son más bien para el consumo de los noticiarios y medios de entretenimiento, ya que cuando se pregunta a la población, la mayoría se niega a decir cuál es su interés o preferencia política, y en una gran cantidad de ellos dicen que no votarán por nadie. O sea, elementos que las hace poco creíbles.

Sociólogos y estrategas políticos dicen que la base para que sean efectivas se encuentra preponderantemente en el diseño del marco muestra: planeación, implementación, verificación, edición–, así como de los agentes involucrados –directores, encuestadores, estadígrafos, analistas– y, desde luego, los recursos invertidos como tiempo, personal y capital.

Los sondeos tradicionales se refieren ordinariamente a muestras de entre mil y 5 mil o hasta 10 mil encuestados, generalmente por vía telefónica, y captados de las entidades del centro del país, hecho que nos da idea de la calidad de tales escrutinios.

Los expertos entienden que debe ser encuestado al menos un 2% de la población apta para votar.

Lo más trivial sería que simplemente se alteren las cifras, usualmente porque la empresa encuestadora quiere favorecer a tal o cual candidato o causa, por razones políticas o económicas, en lo cual se dan cifras frías: tantos puntos para uno y tanto para otros, sin analizarse realidades y propuestas de los aspirantes.

Se venden completas o fraccionadas, por encargo de un gran medio o a motu proprio, el cual decide qué parte de la encuesta compra y cuál se divulga. La lectura que se haga, sus énfasis, comentarios y chascarrillos, los comentaristas invitados, dependen de los intereses, de los compromisos, de las empatías o antipatías del director del medio, y de los anunciantes.

Las firmas encuestadoras también tienen sus intereses, simpatías y empatías, odios heredados o cuentas por cobrar. La divulgación siempre es interesada, selectiva, parcializada, subjetiva. Su publicación periódica se convierte en una pócima esperanzadora de que las cosas han mejorado para los gobiernos, los egos públicos y para los aspirantes a cargos de elección popular.

Las encuestas se han convertido en una suerte de droga adictiva para políticos, formadores de opinión y el reducido por la “cosa política”. Son una suerte de Tarot mensual cuyas predicciones se acogen y divulgan a los cuatro vientos cuando son favorables a los interesados o se desechan y subestiman cuando los “castigan”.