En una mesa de acero inoxidable había un cuerpo rígido que fue llevado anteriormente sin vida al Hospital Dr. Darío Contreras, tras ser encontrado con politraumatismo en la vía pública. Estaba embalado y etiquetado, como si se quisiese proteger a una maleta que se enviaría a un viaje lejano que partiría ese 5 de enero del presente año. Era de los cadáveres conservados de esa forma desde 2016 como parte de una fase piloto del Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif).



Sexo: masculino; identidad: desconocida; nacionalidad: desconocida; edad: entre 14-19 años. Su identificación era A-1119-2017, correspondiente al código de la autopsia que le practicó personal del Inacif en la unidad del Instituto en el Hospital Dr. Marcelino Vélez Santana.

Luis Reyes, un técnico de autopsia, fue parte del equipo que trabajó durante dos horas en prepararlo con una fría normalidad. Si fuese un niño, apelaría a sus sentimientos, o alguien conocido, como la vez que le impactó el darse cuenta de que un cadáver era el de un vecino.



—No es tedioso, esto es normal —decía mientras tocaba el cuerpo embalado.

—Usted toca el cadáver como si nada.

—Sí, porque el técnico es el que cose el cadáver, abre la cabeza (…). Hay que cambiarlo de funda, echarles cal a los órganos para que el cadáver no filtre, no emane líquido del cuerpo. Luego se pone en bolsas nuevas y se procede al embalaje.

—¿Se ha imaginado que un día usted pudiera ser el cadáver?

—Sí, por eso el trabajar aquí te hace más ser humano, porque tienes que aprender a valorar más la vida porque si no, vas a terminar en una mesa de estas.

Fue en la primera quincena de diciembre de 2017 cuando llevaron a A-1119-2017 a la unidad del Inacif del cementerio Cristo Redentor, adonde remiten los cuerpos encontrados en el Gran Santo Domingo en estado de descomposición y otros frescos no reclamados.

Ya no podían retenerlo en la morgue. Tenían 21 cadáveres en espera de identificación y reclamo, y la capacidad es de entre 10 u 11. La podredumbre y los desechos de los cuerpos (vísceras, ropa…) contaminaban el área y emanaban un fuerte hedor.

—¿Qué hacen con los desechos? —se le preguntó a Sonia Lebrón, una antropóloga forense encargada de la unidad.

—Valoramos qué podemos hacer con ellos, si seguimos reteniéndolos o se mandan a inhumar.

—¿Para qué los retienen?

—Acuérdate que estos son casos legales.

—¿Como pruebas?

—Podría ser.

Si la central de la Policía Nacional, el Sistema de Emergencias 9-1-1 o un destacamento reciben la alerta del hallazgo de un cadáver, se comunica el suceso a las autoridades competentes, entre estas del Inacif. El equipo se traslada al lugar a levantar el cuerpo. Dependiendo de lo que decida el Ministerio Público y las posibles causas de la muerte, se pueden conducir los restos a una unidad del Inacif o de Patología (que trata casos clínicos).

La Ley 136 del año 1980 establece que es obligatorio la práctica de la autopsia judicial en la instrucción de todo caso de muerte cuando existan indicios o sospechas de que fue provocada por medios criminales, de violencia criminal, que haya sido repentina y la persona disfrutaba de aparente buena salud, si el fallecido estaba en prisión, si proviene de un aborto o parto prematuro o si hubo un suicidio o sospecha de tal.

Las autopsias empezaron a hacerse oficialmente para finales de la década de 1980, cuando se creó el Instituto de Patología Forense. A principio de los 90 se comenzó a dar seguimiento a los cadáveres no reclamados.

Una vez que el cuerpo está en el Inacif, se espera un tiempo protocolar (15 a 30 días) para que alguien lo identifique y reclame; si es de un extranjero, por alguna embajada, si no aparece un familiar. Se han dado casos en los que se ha esperado más, como cuando se conservó por meses el cadáver de un venezolano mientras se hacían las gestiones para repatriarlo.

Es en esa fase de espera que para muchos muertos no aparecen dolientes o no hay forma de identificarlos, ya sea por el estado avanzado de putrefacción o por la falta de documentos. Se convierten en una carga para el Estado que asume una logística que incluye los gastos de la autopsia, conservación, impuesto municipal en el cementerio y la inhumación, que pueden superar los RD$50,000, conforme calcula el director general del Inacif, Francisco Gerdo.

En 2017 el Inacif reporta el levantamiento en todo el país de 6,611 cadáveres, 2,844 autopsias y 146 cuerpos no reclamados. Estos últimos le significaron al Estado un gasto estimado de entre RD$5 millones y RD$7.3 millones. En ese año el monto asignado en el Presupuesto público para servicios periciales e investigación forense fue de RD$154,791,988.

Lucy Alcántara, coordinadora de la subdirección de Medicina Forense del Inacif, estima que desde 2015 han sido más de 100 los cuerpos no reclamados cada año.

De todos no se sabe la nacionalidad ni su identidad, pero por las características los forenses han determinado algo: muchos son haitianos.

“Aquí tenemos a muchos haitianos y los casos de los haitianos que fallecen aquí muy pocos son reclamados y diría que por una condición de recursos”, dijo Gerdo. “Esas personas no se presentan en la institución a reclamarlos; a lo mejor no tienen los recursos para repatriarlos a Haití, o a lo mejor no les interesa invertir ese dinero en eso”.

También hay otra variable.

“Puedes tener otro caso, que pueden ser indigentes, pueden ser personas de cualquier situación que no han podido ser identificadas”, observó Gerdo.

Pero a veces esos cuerpos tienen parientes desinteresados y no hay mecanismos para obligarlos a responsabilizarse.

“Tenemos un niño todavía ahí, no te puedo decir cuál niño, que todavía los padres no asumen llevárselo, y hasta está identificado desde que llegó a la morgue. Ellos saben que es su hijo, pero no se lo llevan”, informó Miguel Núñez. Él es director de la unidad de patología forense del Inacif en el Hospital Dr. Marcelino Vélez Santana, a donde se llevan los cuerpos frescos del Gran Santo Domingo (3.5 millones de habitantes).

Un entierro sin llanto

En la unidad del Cristo Redentor esperaron el tiempo reglamentario para que alguien reclamara a A-1119-17, pero nunca ocurrió.

Decidieron que era necesario sepultarlo y también el cuerpo de una mujer de 80 años, de nombre identificado, indocumentada y sin familiares, que fue llevada al hospital sin signos vitales y declarada fallecida el pasado 9 de diciembre. Su muerte fue natural.

Además, el de un masculino desconocido, de 30-40 años, hallado con politraumatismo a un lado de la Autopista Duarte, a la altura de La Cumbre, en Villa Altagracia. Fue levantado el 12 de diciembre. Estaba en estado avanzado de descomposición y las versiones recogidas en el lugar coincidían con que fue impactado por un vehículo de motor.

También había que sepultar dos extremidades (una pierna y un pie) que encontraron lugareños en septiembre en fundas plásticas, por separado, en la avenida Mirador del Este, de la provincia Santo Domingo, y en un basurero frente al cementerio Los Cazabes.

El personal de la unidad volvería justamente allá, al cementerio municipal Los Cazabes, en Santo Domingo Norte, a donde tres semanas antes sepultaron otros 13 cuerpos que nadie reclamó. Para ese grupo se dio más de un viaje para transportarlos a todos.

Esa mañana de invierno del 5 de enero, con el cielo gris y una temperatura refrescada por los remanentes del frío polar que afectaba por esa fecha, una furgoneta del Inacif salió del cementerio Cristo Redentor, en el Distrito Nacional, y dejó atrás el camposanto donde están sepultados el expresidente Joaquín Balaguer y el líder perredeísta José Francisco Peña Gómez.

Pasados 20 minutos de recorrido, comenzó a heder. Todo indicaba que ya se estaba cerca del vertedero de Duquesa. Es en la periferia de ese basurero donde está el cementerio Los Cazabes, que comprende un terreno de 58,000 m² en el que, además de recibir sepulturas ordinarias, se usa desde la década de 1990 para inhumar los cadáveres no reclamados en Patología y en el Inacif de todo el Gran Santo Domingo. El año pasado enterraron a 81.

A la forense Lebrón le resultó complicado encontrar espacio en el camposanto que ya casi agota su capacidad. Las tumbas en tierra están tan cercanas una de la otra que se corre el riesgo de excavar donde hubo una inhumación. Pero no hay alternativa, los demás cementerios públicos de la demarcación también están a tope.

La furgoneta se estacionó y el personal bajó cuatro ataúdes: uno con A-1119-2017, un par con los otros dos cuerpos y otro con las extremidades.

Como la noche anterior había llovido, a los sepultureros les fue más engorroso excavar los hoyos pues la tierra estaba húmeda. Hasta hicieron uno de más.

Uno por uno colocaron los ataúdes cerca de las fosas correspondientes y, con cuidado, los fueron bajando con la ayuda de cuerdas. Era un esfuerzo técnico, mecánico.

De repente aparece “un extraño” en la escena. Era un hombre que vive al lado del cementerio y que decidió acercarse para observar la inhumación. Su interés era ver que lo hicieran correctamente porque –dijo– a su casa “a veces llegan unos malos vajos (sic)”. El personal del Inacif le pidió que se pusiera a un lado. Lo hizo y se quedó mirando.

Sin unas palabras de despedida, la tierra se fue echando sobre cada ataúd mientras observaban el vecino preocupado, empleados del cementerio, el equipo de Diario Libre y unos cuantos mirones que también viven en los alrededores.

Nadie los lloró. Nadie les llevó flores. Nadie les deseó el típico “descansen en paz”. Nadie.

Esa mañana de invierno del 5 de enero, con el cielo gris y una temperatura refrescada por los remanentes del frío polar que afectaba por esa fecha, una furgoneta del Inacif salió del cementerio Cristo Redentor, en el Distrito Nacional, y dejó atrás el camposanto donde están sepultados el expresidente Joaquín Balaguer y el líder perredeísta José Francisco Peña Gómez.

Pasados 20 minutos de recorrido, comenzó a heder. Todo indicaba que ya se estaba cerca del vertedero de Duquesa. Es en la periferia de ese basurero donde está el cementerio Los Cazabes, que comprende un terreno de 58,000 m² en el que, además de recibir sepulturas ordinarias, se usa desde la década de 1990 para inhumar los cadáveres no reclamados en Patología y en el Inacif de todo el Gran Santo Domingo. El año pasado enterraron a 81.

A la forense Lebrón le resultó complicado encontrar espacio en el camposanto que ya casi agota su capacidad. Las tumbas en tierra están tan cercanas una de la otra que se corre el riesgo de excavar donde hubo una inhumación. Pero no hay alternativa, los demás cementerios públicos de la demarcación también están a tope.

La furgoneta se estacionó y el personal bajó cuatro ataúdes: uno con A-1119-2017, un par con los otros dos cuerpos y otro con las extremidades.

Como la noche anterior había llovido, a los sepultureros les fue más engorroso excavar los hoyos pues la tierra estaba húmeda. Hasta hicieron uno de más.

Uno por uno colocaron los ataúdes cerca de las fosas correspondientes y, con cuidado, los fueron bajando con la ayuda de cuerdas. Era un esfuerzo técnico, mecánico.

De repente aparece “un extraño” en la escena. Era un hombre que vive al lado del cementerio y que decidió acercarse para observar la inhumación. Su interés era ver que lo hicieran correctamente porque –dijo– a su casa “a veces llegan unos malos vajos (sic)”. El personal del Inacif le pidió que se pusiera a un lado. Lo hizo y se quedó mirando.

Sin unas palabras de despedida, la tierra se fue echando sobre cada ataúd mientras observaban el vecino preocupado, empleados del cementerio, el equipo de Diario Libre y unos cuantos mirones que también viven en los alrededores.

Nadie los lloró. Nadie les llevó flores. Nadie les deseó el típico “descansen en paz”. Nadie.

Las viejas fosas comunes

En sus otras cuatro regionales el Inacif utiliza cementerios de la jurisdicción o de donde fue levantado el cuerpo. Para la del norte -donde está la otra morgue para cuerpos descompuestos- se usan espacios disponibles del cementerio Cristo Vivo (El Ingenio) de Santiago.

En las del nordeste (San Francisco de Macorís), sur (Azua) y este (San Pedro de Macorís), la logística cambia y puede ser simplificada por razones de disponibilidad técnica. En esas demarcaciones se hicieron cargo de 30 cadáveres el año pasado.

A diferencia de Los Cazabes, donde las tumbas son individuales, en Santiago la inhumación de los no reclamados es rústica. Allí se les llaman hoyos pues más bien son fosas comunes donde sepultan a varios cadáveres en un solo hueco, para ahorrar espacio, generalmente sin alguna señalización. En sus registros el Inacif contaba seis hoyos para principios de 2018 que localiza por coordenadas. El año pasado enterraron a 32.

“Ahí hay muchos muertos”, dijo un sepulturero de El Ingenio mientras señalaba un montículo de tierra que fue removida recientemente. “Ellos me avisan, tal día vienen con ellos, y les hago los hoyos, los hago bien hondos”.

Como esta regional no aplica el programa piloto de embalado, los cuerpos se depositan en fundas mortuorias.

Un día en que había una inhumación, dos hombres levantaban una funda mortuoria por sus cuatro esquinas. En el plástico blanco del que está hecho la bolsa se destacaban unas letras grandes de color negro que codificaban al cadáver que inhumaban: A-576-17.

La inhumación colectiva en el mismo hoyo se ha usado desde siglos en todo el mundo. Antes de que existiera el estilo de cementerio actual, en el país se sepultaba en el interior de las iglesias a los difuntos de alta clase social o política; el resto de la población era inhumada en fosas comunes o patios de templos religiosos.

El investigador Franklin Gutiérrez publica en su libro De cementerios, varones y tumbas, que el monasterio de San Francisco, ubicado en el corazón de la Ciudad Colonial, albergó los cadáveres de muchas personas pobres nunca reclamadas por sus familiares.

Otra investigadora, Amparo Chantada, en El cementerio de la avenida Independencia y Santo Domingo amurallada, recuerda que la mayoría de los muertos de la Revolución de Abril de 1965 fue enterrada en la fosa común que se ubica en el extremo este de la entrada del camposanto fundado en 1824. En un artículo publicado en la prensa local, también destacó que funcionó durante la ocupación haitiana (1822-1844), la anexión a España, la restauración de la República, las enfermedades y epidemias de final del siglo XIX, el ciclón San Zenón y la dictadura de Trujillo.

Otra fosa común en desuso se ha identificado en el cementerio San José Obrero, del barrio Cristo Rey, abierto en 1949. Una gran cruz formada sobre un piso de concreto es la reminiscencia de lo que fue.

Apareció un doliente; hay que sacar el cuerpo

—Después que trabajo en esto no salgo de noche, muy pocas veces si es una emergencia —dijo Agustín Campos mientras descansaba de echar tierra para tapar las tumbas de Los Cazabes.

Después de trabajar construyendo nichos en el cementerio Cristo Redentor, comenzó el año pasado a ser morguero en el Inacif para ganar unos RD$16,100 mensuales. Morguero le dicen a quien recibe el cadáver, lo entra en el frigorífico o lo entrega a sus familiares.

—Fácilmente uno sale a la calle de noche y matan a uno, porque la calle está muy peligrosa —dijo.

—Usted decía que también se preocupa por ver las noticias, ¿por qué?

—Porque la jefa dijo: Es bueno que ustedes vean noticias, porque ahí ustedes se enteran y aprenden más (del cadáver que les llegará).

—¿No le hace falta la liturgia, el llanto, las palabras de despedida?

—Me choca un poco, porque ya estaba impuesto a ver los entierros.

La ausencia de un pariente o amigo que lamente la muerte puede revertirse en el día menos pensado. Familiares que buscaban a un pariente ausente terminan en las oficinas del Inacif, inquietos por saber si está muerto.

Son casos aislados.

Hace un tiempo el doctor Núñez atendió a un ciudadano. Decía que a su pariente lo habían matado.

—¿Cómo usted sabe que lo mataron? —le preguntó Núñez.

—Porque él tenía enemigos.

El doctor se paró y buscó en el registro las fechas tentativas del fallecimiento. Verificó los expedientes de las autopsias de desconocidos. Luego de que las clasificó le avisó al interesado. Había una señora que estaba dispuesta a ver la foto archivada del cadáver pero rompió en llanto. Su hijo se envalentonó y dijo:

—Voy a ver las fotografías.

Se acercaron a la computadora. Repasaron tres casos y no eran del pariente. Cuando iban por el cuarto, en el que se veía la imagen de un cuerpo fresco, el hombre dijo:

—Ese es mi hermano.

—¿Seguro? —le preguntó el doctor.

—Sí.

—Ok, ese es tu hermano, ¿por qué lo conoces?

— Porque él tenía un tatuaje, una cicatriz…

Núñez revisó las fotografías y ciertamente era su hermano. El hombre comenzó a llorar; se lo dijo a la señora y esta se desplomó. Había que exhumar el cuerpo.

La exhumación el doctor no la considera más complicada que la autopsia. Si los restos están en un nicho, se rompe la lámina de cerramiento, si están en tierra, se busca a una persona para que los desentierre.

La familia llevó su ataúd al cementerio. La osamenta se sacó y se metió en la nueva caja. Se llevó a la morgue para terminar los trámites de certificación.

***

¿Le sería más factible al Estado cremar los cadáveres no reclamados?, se le pregunta al director general del Inacif.

“Hasta donde conozco una incineración, o mejor dicho cremación de un cadáver, cuesta unos RD$50,000 en el sector privado (Diario Libre confirmó el monto). Tendría que analizarse el costo de construir y mantener ese proceso para el Estado. Y a largo plazo creo que puede resultar más costoso pues el terreno se reutiliza”, respondió Gerdo.

Cuando dice que el terreno se reutiliza, se refiere a lo que se estila en el cementerio El Ingenio de Santiago, donde luego de un tiempo las osamentas se pueden sacar y acumular en un osario que mas bien parece cisternas.

En este camposanto se debe pagar RD$2,000 cada cuatro años para renovar la renta de un nicho municipal. De no hacerse y se necesita el nicho, se exhuma la osamenta. Los huesos se depositan en fundas o sacos a los que se les amarra una botella plástica conteniendo un papel con los datos del difunto a modo de identificación.

En diciembre pasado el osario desbordaba su capacidad. Había pequeños sacos apilados entre las tumbas y unos que otros huesos esparcidos en los alrededores.

Esas osamentas no reclamadas después de mucho tiempo se pueden donar a las universidades para uso de los estudiantes del área médica.

¿Quiere revivir algunas de las experiencias de este reportaje? Intente con el siguiente video en 360 grados que se aprecia mejor con gafas de realidad virtual.

Lo ideal es que el Inacif tenga un cementerio o zonas apartadas en los existentes para un mejor manejo, considera su director general.

Gerdo informó que se ha elaborado la propuesta de construir nichos continuos para el Inacif, una idea que se gestó luego de cursar entrenamientos en Perú, a donde un equipo viajó y conoció cómo mejorar estos procesos. De esa experiencia se adoptó el piloto del tipo de embalaje que le hicieron a A-1119-2017. Lidiar con cadáveres olvidados es una situación que también viven otros países, como Honduras, Chile, España, Puerto Rico y México.

La forense Lebrón adelantó que la alcaldía de Santo Domingo Norte autorizó en diciembre pasado que se construyan nichos en Los Cazabes, con capacidad para 120 bocas, en una primera etapa.

A pesar de los planes, el doctor Núñez es firme en sostener:

—El interés del Estado es que cada persona cargue con su difunto.

Fuente: DiarioLibre.com