Es una tarde de un sábado cualquiera. Los años 70 están por terminar y en Baitoa el conuco descansa. La familia Pérez Bautista está reunida frente a un viejo televisor, mientras el humo comienza a bailar. Doña Leticia nunca abandona su pipa.

Tampoco su escoba, como si quisiera barrer fantasmas o tener a mano su mejor arma. Junto a ella su hijo, su nuera y los catorce nietos con los que vive en una casa azul, de madera y zinc.



Entonces todos los caminos conducían al parque Eugenio María de Hostos y la emoción se anidaba en el pequeño Manny, que veía la lucha libre como si estuviera allí, y rogaba porque la luz no se fuera hasta ver la pelea de su ídolo: Jack Veneno.

La reseñan de Hoy  nos dice que casi cuarenta años después, el actor Manny Pérez ha dejado de serlo por momentos. De repente cierra los puños, agudiza la mirada y una energía vibrante se apodera de él. Es Veneno, puro Veneno, que se mete en su piel. Aquella con la que le dio vida a Jack en “Veneno. Primera caída: el relámpago de Jack”.



“Yo nací para hacer el papel de Jack Veneno”, dice al tiempo que asegura que este es el papel más importante de su carrera: ha sido su mayor reto porque ha tenido que desdoblarse para ser el “El campeón de la bolita del mundo”, respetando su forma de hablar, de caminar, de mirar, de pararse… tuvo que “envenenarse” por completo e, incluso, engordar 20 libras.

Lograrlo implicó que pasara horas viendo los vídeos de Jack Veneno para estudiarlo “porque él es muy diferente a lo que es Manny Pérez, el chabacán de Baitoa, al que algunas veces se le salen las i y esas cositas, y Jack Veneno es un intelectual, que sabe expresarse, que piensa antes de hablar”.

Manny también se juntó con Jack en un par de ocasiones. “Tú eres el que controlas el ring”, le dijo Jack cuando él le preguntó por su forma peculiar de pararse.
El inicio. La historia de esta película, que se estrena este jueves, se remonta a siete años y medio atrás, cuando el productor ejecutivo Ricardo Bardellino decide entrevistar a Jack Veneno para escribir un libro. Al año de estar entrevistándolo, sin embargo, se dio cuenta de que era mucho mejor hacer una película.

Desconocedor del mundo cinematográfico, Ricardo se adentró en la industria durante un año y después contacta a Manny Pérez, quien inmediatamente estuvo interesado en el proyecto; y a Tabaré Blanchard, quien sería el director del filme.

Completar la película y tenerla lista costó cinco años más. ¿Por qué? “Creo que nada grande se consigue sin dos cosas: tiempo y esfuerzo; si tú lo hiciste en un día es mentira que es algo increíblemente grande”, dice Ricardo.