Dios en Su soberanía estableció como mandamiento el honrar a padre y madre. Esto no fue por casualidad o porque lo quiso así, sino que Él, conociendo nuestra naturaleza, sabía que si no lo establecía como ley el pueblo no lo haría, porque cuando llegamos a la edad de independizarnos se nos olvida todo cuanto hicieron nuestros padres.

La indiferencia de los hijos es tan evidente que aun viviendo juntos no valoramos el sacrificio que tienen que hacer ellos para educarnos, alimentarnos y proveernos. Vemos como si nuestros padres estuviesen obligados a hacerlo, pero no vemos lo que nosotros tenemos que hacer por ellos.



La Palabra nos enseña que cuando un hijo honra a su padre y su madre el Señor alarga sus días en la tierra. Con esto Dios está diciéndonos que cuando hay honra hay bendición, dándonos un visado por más tiempo en la tierra, sin enfermedad, sin carencia y sin falta de algún bien.

Como padres tenemos que enseñarles estos principios a nuestros hijos para que ellos conozcan el deseo de Dios y puedan caminar en obediencia, honrándonos en todo momento, a fin de que no perezcan por falta de conocimiento.