
Cuántas oportunidades tenemos para alabar a Dios, y no lo hacemos. El tiempo se nos pasa y no hay una expresión de gratitud por todos los favores inmerecidos que nos ha dado. Nos cuesta decirle que Lo amamos, manifestarle nuestro amor con palabras dulces, tiernas y llenas de sentimientos.
Él disfruta cuando Le damos una verdadera adoración, pero ¿por qué no lo hacemos, si sabemos que Él vive en los Cielos y que nos creó para que lo adorásemos? La religiosidad nos encorva y nos quita el gozo de alabarlo, viendo solamente un entorno cargado de problemas, incertidumbres e imposiciones, enfocando siempre lo peor y no lo mejor. La religiosidad no nos permite disfrutar las bendiciones; al contrario, nos hace tomar una posición de víctima para que los demás nos tengan lástima.
Con la religiosidad no ganamos el Cielo; al contrario, nos aleja de Él. Porque Jesús rompió los yugos por medio de la muerte de cruz y no resiste cuando nos ve esclavos de nuestras propias creencias. Rompamos con todo lo que nos tiene encorvados y empecemos a alabar y glorificar a Dios.
Por la pastora Montserrat Bogaert/ Iglesia Monte de Dios