Dios nos hizo a Su imagen y semejanza; es decir, como Él, dándonos Sus atributos, pero somos inconformes y nunca estamos satisfechos con nosotros mismos. Al contrario, queremos ser una copia de los demás, buscando parecernos en gestos, peinados, ropa, actitud, comportamiento.

Debemos ser originales porque lo que Dios puso en cada uno de nosotros es único. Las copias no son buenas porque se desvirtúan demasiado del original y, al final, no se sabe a quién se parece, creando una confusión en la personalidad. El mundo ha influenciado en esto lanzando campañas para que niños, jóvenes y adultos imiten a los personajes del momento.



Si supiéramos el valor que tenemos y lo que somos, por ser creaciones de Dios, nadie querría ser igual a otro, sino que estaría orgulloso de ser cómo es y valoraría todo lo que tiene, porque fue el Creador quien lo hizo así.

Tenemos que mirarnos en el espíritu y no en lo físico, porque el espíritu es que nos embellece y nadie hay que no sea bello; pues todo lo hace hermoso. Lo que pasa es que nos comparamos con alguien que consideramos más bonito(a) que nosotros. Si le preguntásemos a Él ¿Cuál es el patrón para comparar la belleza del hombre?, Él nos diría “El corazón limpio y puro que habla por sí solo de Mi presencia en su vida, embelleciendo su exterior que es un reflejo de lo que emana de su interior; luego pasarán los años y nunca envejecerá, porque donde Yo estoy está la eternidad”.



Por la pastora Montserrat Bogaert/ Iglesia Monte de Dios