Todo tiene un principio y todo tiene un fin; nada es para siempre. Esto es bueno saberlo porque cuando iniciamos una batalla se hace tan extensa que pensamos que nunca acabará, pero no es así. Esto hace que nos debilitemos, más tenemos que renovar nuestras fuerzas para seguir luchando hasta el final. Las guerras cansan, debilitan y agotan, pero si sabemos que no es para siempre, debemos poner todo nuestro empeño para continuar.

Esta debilidad el enemigo la conoce, y nos hace pensar que él es más fuerte, que ganará. Por eso el pueblo de Israel no pudo hacerle frente a Goliat; porque lo vio con la mente, no en el espíritu. Pero el poder no se mide por el tamaño sino por la fuente de donde proviene. Y este le pertenece a Dios. Por lo tanto, si estamos en Sus caminos el poder que tenemos es el de Él. Por eso David le enfrentó; sabía que lo que tenía era de Dios, y vencería.



¡No nos acobardemos! ¡Enfrentemos al gigante porque ya está vencido!

Por la pastora Montserrat Bogaert/ Iglesia Monte de Dios