Si alguna vez ha tratado de deshacerse de las malas hierbas en su jardín, sabe el gran problema que pueden ser. Las saca, y todo se ve muy bien por un tiempo, pero luego regresan porque las raíces todavía están allí.

El espíritu rencoroso es como una raíz que se ramifica en todas las direcciones, que afecta cada aspecto de nuestra vida. Cortar las hojas para reprimir el dolor y el resentimiento no es una solución a largo plazo, porque, al igual que la mala hierba, la amargura puede seguir creciendo y reproduciéndose mientras las raíces sigan estando allí.



A veces nos negamos a perdonar cuando hemos sido heridos, pensando que el perdón excusa a quien nos lastimó y minimiza la gravedad del mal que nos han hecho. Sin embargo, perdonar es dejar de lado tanto el agravio como el derecho a exigir una compensación, con el reconocimiento de que la venganza le corresponde a Dios, y no a nosotros (Ro 12.17-21).



Negarse con obstinación a perdonar puede parecer una manera de desquitarse, pero en realidad es un veneno que nos hace daño. El resentimiento obstaculiza nuestra capacidad para disfrutar de la vida y debilita nuestra comunión con el Señor. Negarnos a perdonar podría incluso afectar nuestra salud, resultando en enfermedad, ansiedad o depresión.

Las raíces de amargura no se quedan en nosotros; afectan nuestras relaciones, causan problemas y contaminan a otros (He 12.15). Un espíritu no perdonador obstaculiza nuestra capacidad de amar, y envenena la atmósfera en los hogares y lugares de trabajo.

Fuente encontacto.org