Aunque Muchas personas anhelan ser disciplinadas, luchan por lograrlo. Vemos esta virtud promovida por profesionales de la salud que nos exhortan a hacer ejercicio con regularidad, ingerir alimentos saludables y dormir lo suficiente. El mundo empresarial dicta seminarios para ayudarnos a establecer metas y trabajar para lograrlas, y los asesores financieros nos aconsejan controlar los gastos.

Piense en todas las ventajas de la disciplina personal: nos impulsa y nos llena de satisfacción, nos ayuda a sentirnos menos estresados y a mejorar nuestra salud. Sin embargo, el apóstol Pablo afirma que “el ejercicio corporal para poco es provechoso”, porque es solo para esta vida. Lo que el apóstol encuentra mucho más valioso es la disciplina que conduce a la consagración, “pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera” (1 Ti 4.8).



La consagración es una actitud que busca agradar al Señor. Está de acuerdo con las enseñanzas de Cristo, y fluye del conocimiento de la verdad como está revelada en la Biblia. Por tanto, debemos saber lo que Dios ha dicho, lo que desea, y lo que espera de nosotros en relación a nuestro carácter y conducta.

La disciplina espiritual requiere que hagamos de la lectura, el estudio y la meditación en las Sagradas Escrituras una prioridad. Significa negarnos a satisfacer los deseos e impulsos pecaminosos, en obediencia al Señor. El resultado será una vida transformada a semejanza de Cristo, una conciencia limpia y un espíritu gozoso y pacífico. En realidad, los beneficios se extienden aun más. Esta vida terrenal es un simple respiro en el tiempo, pero la consagración a Dios nos acompaña al cielo y nos conduce a la recompensa eterna de haber vivido para Cristo.