Por Katherine Taveras. Muchas veces me decía, mi madre muy concentrada, que refranes existían para dar consuelo al alma. Que la vida y sus historias tenían dichos muy famosos, que solo comprendería según me mostrara el tiempo.
Pues empezando a vivir en eso de los veinte y tantos, descubrí por experiencia como funcionaban varios. Que el día más claro llueve, pues cuando muy poco esperas, pasan cosas imprudentes y otras que mucho deseas.
Que hay personas casi monos que sin importar cuánto se creen, monos se quedarán aunque seda tú les des. Que si despiertas bien temprano no hace mucha diferencia, ni madrugar te ayudará si en verdad no perseveras.
Que no hay mal que sea eterno y menos dure 100 años, el tiempo todo lo cura, no importa el tamaño del daño. Que hay ojos que no ven, pero el corazón siempre presiente, la intuición no se equivoca, la mirada tampoco miente.
Que aunque ames madrugar, si no te preparas bien, aunque sea más temprano a la suerte no has de ver. Que hay personas que se duermen como todo camarón y la vida así les pasa sin avance y sin motor.
Que cuando te piden consejos recuerdes siempre muy bien, que quien quiere morir viejo a la inexperiencia debe temer. Y en este orden añado, sobre un amigo y su mujer, no olvides dice mi abuela en esos pleitos no te has de meter.
No sé si sean coincidencias los refranes de la historia, pero para buen entendedor las muchas palabras sobran. Y entre refranes y versos nos toca también escuchar, una reflexión valiosa de un idealista liberal; al final todo coincide en una idea central, que el respeto al derecho ajeno eternamente es la paz.