En las colinas de Puerto Príncipe, un conjunto caótico de estructuras, se extiende cada vez más a lo lejos. La capital de Haití sufre bajo el yugo de un inflación disparada, una moneda en caída libre y una corrupción endémica.
En la zona de Fort-National, apenas a un kilómetro del palacio presidencial, pequeñas casas de bloques de cemento y refugios improvisados hechos de plástico y lonas cubren las calles estrechas y llenas de basura, anegadas de aguas residuales.
Henry Germain pide a sus vecinos algún trabajo puntual con el que poder comprar algo para comer. Pero no hay trabajo.
Germain, desempleado desde hace 10 daños, apenas tiene para subsistir con las decenas de dólares que cada tres meses le envía su primo desde Estados Unidos.
«En diciembre solía regalarme a mí mismo algunos zapatos o ropa nuevos. Este año no puedo hacer nada de eso. Los precios son demasiado altos. Todo mi dinero se destina a la comida», explica Germain, de 44 años.
Elina Jean-Louis no desea ropa. Su pequeña casa, con sábanas como paredes, está llena de textiles de segunda mano, pero ya no va al mercado a vender sus productos por miedo a las guerras por el control territorial entre pandillas.
«En cualquier caso, mis clientes se niegan a pagar más, a pesar de que estoy pagando mucho más que antes por la ropa al por mayor», argumenta la mujer de 32 años, quien agrega que el impacto en su negocio la está forzando hacer sacrificios.
«Antes, solía comprar pollo bastante a menudo, pero ahora no me lo puedo permitir. Incluso los plátanos se han vuelto demasiado caros para mí», dice. Por eso, añade, se asegura de que su hijo de cuatro años no deje nada de su plato de arroz y verduras.
– Moneda devaluada, precios al alza –
Para Germain, Jean-Louis y muchos en Puerto Príncipe, «antes» significa un tiempo en que la moneda nacional, el gourde, se mantuvo estable en comparación con el dólar estadounidense. Pero desde el verano, ha perdido casi un tercio de su valor.
Esta devaluación ha tenido un impacto devastador en Haití, un país que importa cuatro veces más de lo que exporta.
Para el 60% de la población que vive bajo el umbral de la pobreza, es decir, con menos de dos dólares al día, el incremento de precios es inabarcable. Para la decadente clase media también es difícil.
«Muchos padres tienen dificultades para dar una educación a sus hijos, ya que tienen que elegir entre poner un plato en la mesa o enviar a sus hijos al colegio», explica el economista Kesner Pharel, preocupado por la creciente desigualdad social.
«Los números hablan por sí solos: el 20% de los haitianos más ricos controlan el 60% de la riqueza del país, y el 20% más pobre, menos del 2%», explica.
«Esta yuxtaposición de villas y barriadas crea un situación explosiva, un cóctel extremadamente peligroso como el que vimos en julio», advierte Pharel.
El anuncio que hizo el gobierno en julio de subir el precio de los combustibles desató una revuelta que se extendió por todo el país, con enfrentamientos especialmente graves en Puerto Príncipe, donde se denunciaron saqueos e incendios. Al menos cuatro personas murieron en los disturbios, a los que les siguieron meses de protestas.
En respuesta a la crisis, el gobierno ha presentado un presupuesto que dobla el financiamiento del Ministerio de Salud y aumenta un 40% el de Asuntos Sociales.
Para financiar estos cambios, el ejecutivo apuesta por incrementar un 75% los aranceles. Eso, además, parece presagiar un nuevo plan contra el contrabando.
En la frontera con República Dominicana, la única terrestre del país, Haití pierde alrededor de 500 millones de dólares al año en impuestos,según estimaciones.
«Ni siquiera estamos hablando de quienes cruzan la frontera en motocicletas o a pie, sino de los grandes camiones que viajan con hombres fuertemente armados para cruzar sin declarar nada», explica George Sassine, presidente de la asociación de fabricantes de Haití.
«El contrabando solo beneficia a una pequeña minoría de senadores, diputados y a los del sector privado, ya que, por supuesto, la mercancía tiene que venderse a alguien», denuncia Sassine.
Pero la ley del silencio se impone debido a las deficiencias y corrupción en el sistema judicial, un sistema de sobornos entre la clase dominante que los haitianos más pobres no pueden soportar.
«Los políticos no saben nada sobre nuestra miseria. Pregúnteles cuánto cuesta una bolsa de arroz, no tienen ni idea», se queja Germain.
«Cuando tienes dinero, no te preocupas por él. Pero yo me estoy muriendo poco a poco. Ellos están engordando y yo no soy más que huesos», añade, mientras se levanta la camiseta para mostrar su prominente caja torácica.