En medio del sufrimiento podemos llegar a preguntarnos si a Dios le importa lo que estamos pasando. Pero el problema no radica en el Señor, sino en nuestra percepción. Tendemos a juzgar a Dios por nuestras circunstancias, cuando en realidad deberíamos juzgar las circunstancias según la naturaleza y el poder que Dios demuestra en las Sagradas Escrituras.

La Biblia enseña que nuestro Dios trino es omnisciente y conoce todas las cosas. Ninguna acción o persona se oculta de su vista; y el pasado, el presente y el futuro están delante de Él (Sal 33.13-15; He 4.13).



El Señor “escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos” (1 Cr 28.9). Por lo tanto, nos conoce y entiende lo que necesitamos. El amor y la preocupación de Dios por nosotros no cambian, aunque nuestro dolor sea el resultado de nuestras propias acciones pecaminosas.

Cristo demostró una y otra vez el amor y el cuidado de Dios por las personas. De hecho, gran parte de su ministerio consistió en aliviar el sufrimiento, junto con la enseñanza de cómo entrar en el reino de los cielos. Mientras viajaba a Jerusalén camino a la cruz, se encontró con un mendigo ciego que gritaba: “¡Hijo de David, ten misericordia de mí!” (Mr 10.48). Aunque la multitud le decía que se callara, Cristo se detuvo para restaurar su vista y reconocer su fe.



Él también escuchará nuestros gritos de ayuda, porque su amor se extiende como un manto sobre nosotros. Cuando nuestras circunstancias nos tienten a dudarlo, debemos recordar nuestra perspectiva limitada y confiar en la naturaleza de nuestro Dios. De manera que, acepte la invitación de Cristo de llevar sus cargas a Él, y encuentre descanso para su alma (Mt 11.28-30).