La culpa viene de un sentimiento de responsabilidad por las malas acciones. La convicción puede resultar de los esfuerzos del Espíritu Santo por apartarnos del pecado y guiarnos a nuestro Padre celestial. Pero no toda culpa proviene de acciones pecaminosas.
La culpa falsa, que no es producto del pecado, puede surgir por una variedad de razones, tales como el fracaso, la vergüenza por acciones del pasado, o la crítica de otros. El rechazo o el abuso en la niñez también pueden desencadenar esta emoción. La culpa falsa es un arma poderosa que el enemigo usa para desviar nuestros pensamientos del Señor.
Ya sea falsa o real, el sentimiento de culpa divide nuestra mente, drena nuestra energía y despierta inseguridad. Si permitimos que se prolongue, podemos comenzar a tener dudas sobre la bondad y el amor de Dios. La depresión y la desesperanza pueden seguir. Para hacer frente a la situación, algunas personas desarrollan impulsos pecaminosos en un intento de reemplazar la culpa con algo placentero. Cantidades excesivas de comida, televisión, internet, compras y ejercicio son métodos comunes para tratar de rechazar los pensamientos de autocondenación.
Es importante abordar el sentimiento de culpa con rapidez. Reconozca este sentimiento e identifique la razón detrás del mismo. Si usted ha violado la ley de Dios, pídale perdón al Señor y dé los pasos necesarios para cambiar. Si descubre una culpa falsa, confiésela y pídale a Dios que cambie su manera de pensar. En cualquier caso, alábelo porque Él no quiere que sus hijos lleven cargas innecesarias, y ha prometido perdonar nuestros pecados.