Por Yeison Mateo: Émile Faguet, ensayista y crítico literario francés; escribió en 1910 “El Culto a la Incompetencia”, una de las obras que más de un siglo después de publicada nos ayuda a entender la sociedad en la que vivimos y al mismo tiempo nos da las claves para analizar el presente con mayor perspectiva.
En esta obra Fraguet observa con preocupación una serie de tendencias hostiles hacia el talento y el mérito. Define el “sistema” como una democracia en la cual es normal encontrar quejas o críticas por los niveles de corrupción, la incapacidad manifiesta de muchas personas para los puestos que ocupan, la escasa calidad de la educación, la lentitud o falta de equidad de la justicia o el mal funcionamiento de la administración. También señala las cualidades intrínsecas de aquellos simuladores que con sus discursos polisémicos toman decisiones que más que ayudar lo que hacen es abogar por la destrucción definitiva de las instituciones, cuando estos dan por hecho que al premiar la incompetencia las cosas podrían funcionar de otro modo ya que no entienden que los males que aquejan a la institución derivan exclusivamente de los defectos de los individuos que la hacen funcionar.
Otro de los puntos tratados por Fraguet es el “igualitarismo”, el cual da a los incompetentes la plusvalía que estos necesitan para hacer de las suyas.
En las instituciones públicas –más en nuestro país- se dan a diario las situaciones antes mencionadas. Llama a preocupación que esto suceda a la vista de todos, hasta de aquellos que están llamados a ser los veedores.
Cuando en una institución que funciona bajo un organigrama gerencial escalonado las decisiones de primer orden no van en la misma tesitura de lo que es provechoso para la misma, existe una discrepancia mayúscula en lo que se dice que se hará y lo que se termina haciendo.
Si aterrizamos cada concepto, nos damos cuenta que no estamos hablando más que de política. La misma política que es enemiga acérrima del talento y del mérito y que premia a los incompetentes.
Esta situación cuando se da en instituciones educativas tiene un impacto doblemente negativo; uno, que por asuntos de politiquería crea las condiciones para que personas no capacitadas ocupen ciertas posiciones apoyadas en un papel rubricado y otro que por ser una institución educativa cada decisión repercutirá en lo adelante en la materia prima que se envía a la sociedad.
No tiene ninguna explicación razonable que quien no ha podido salir adelante con ningunas de las problemáticas a las que se ha enfrentado en una posición que desempeña sea gratificado con el poder y las herramientas necesarias para de manera humillante, estólida y prepotente seguir tomando las decisiones que afecten a una institución educativa.
Desde la óptica de Fraguet y para quienes les gusta hacerle culto a la incompetencia les voy a dejar aquel viejo refrán que dice “tan ladrón es el que mata la vaca, como el que le amarra la pata”.