Los celos son un sentimiento negativo indeseable, alimentado por la ira o el egoísmo. Según Santiago 3.16, “donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa”. Pero según el pasaje de hoy, vemos que hay una perspectiva diferente de la palabra cuando se aplica a Dios: “Porque yo, el Señor tu Dios, soy Dios celoso” (Dt 5.9).

Esto parece una contradicción, pero el celo tiene un segundo significado, más positivo, que casi se ha perdido en nuestra cultura moderna. Describe el desvelo de Dios de que mantengamos nuestro amor a Él. Puesto que fuimos creados para amarlo y adorarlo, cualquier cosa que compita por nuestra devoción a Él es una causa justa para su celo.



El mandamiento más importante es amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, fuerza y mente (Lc 10.27). Sin esta total devoción a Él, nos concentraremos en nuestros propios intereses y descuidaremos los principios y las metas de una vida de santidad. Ningún ídolo, ya sea una persona, un sueño, una búsqueda o una posesión es digno de adoración. Pero un Dios santo y justo, cuyo profundo amor por la humanidad lo movió a enviar a su Hijo Jesucristo a morir en nuestro lugar, merece y exige todo nuestro amor y lealtad.

Dios aborrece los ídolos de toda clase, porque sabe que cualquier cosa que aleje nuestra atención de Él es peligrosa. De hecho, enfocarse solo de manera parcial en el Señor, es una forma segura de tropezar, verse envuelto en el pecado, y perder las bendiciones. Tanto para nuestra protección como para su gloria, el Padre celestial nos llama a serle fiel al vivir de una manera obediente, amorosa y devota.



Biblia en un año: Números 17-19