Quizá ya hayas comprado flores para tu pareja, o una caja de bombones. Puede que ya hayas reservado mesa en un restaurante para esta noche, o programado una escapada romántica.
Al fin y al cabo, hay que aprovechar que San Valentín es una efeméride que, al contrario que la de vuestro aniversario, todos los medios de comunicación tienen el detalle de recordártela con tiempo suficiente.
Sin embargo, por asumida que tengamos esta festividad, la celebración en España de un «Día de los Enamorados» el 14 de febrero es una costumbre bastante reciente: data de una propuesta realizada en 1948 por el columnista César González-Ruano, del diario Madrid, a la que se sumó con entusiasmo la marca de grandes almacenes Galerías Preciados.
Por supuesto, eso no significa que no se celebrara San Valentín: sencillamente éste era sólo uno más de los muchos santos recogidos en el calendario litúrgico, sin especial relación con asuntos amorosos. Curiosamente, una vez que la festividad había empezado a arraigar en los comercios, el Papa decidió desalojarlo de las iglesias. Fue Pablo VI quien, con ocasión del Concilio Vaticano II, decidió «hacer limpia» en dicho calendario, así como en el martirologio católico (la lista oficial de mártires).
El motivo fue que, en los últimos siglos, había quedado más que claro que muchos de los santos que se veneraban tenían un origen, cuanto menos, dudoso. Otros eran manifiestamente legendarios o, sencillamente, su biografía era tan escueta que resultaba insuficiente para empezar a investigar, tan siquiera, su historicidad. Y uno de esos santos «dados de baja» (en total fueron docenas) era el bueno de San Valentín, que se convertía así en el primer santo celebrado en las tiendas pero no en las iglesias.
Pero, ¿cómo pudo ocurrir esto? Y, ¿qué sabemos realmente de San Valentín?
Lo (poco y confuso) que sabemos sobre San Valentín
La primera lista oficial de mártires cristianos data de 354, y no recoge ningún «Valentinus» en ella. Las primeras noticias de San Valentín de Roma datan de 496, cuando el papa Gelasio establece su veneración todos los 14 de febrero, sin bien indicando que el santo se incluye entre aquellos «cuyos nombres son justamente venerados entre los hombres, pero cuyos actos son conocidos solo por Dios».
En resumidas cuentas: certifica que había sido martirizado, pero reconoce que no sabía nada más sobre su vida.
La cosa se complica cuando descubrimos que las crónicas de la Iglesia Católica se hacen eco de la existencia de otros dos santos llamados Valentín que fueron martirizados en aquellas fechas. Fuentes documentales posteriores nos hablan de un sacerdote romano, de un obispo de Terni (Italia) y de un militar de la África romana.
Pocos datos sobre ninguno de ellos, más allá de atribuir a los dos primeros una sepultura a las afueras de Roma, a lo largo de la Via Flaminia, lo que podría indicar un caso de «desdoblamiento» de santos. Ésa es la teoría actual de la diócesis de Terni, que proclama que el Valentín muerto en Roma es el que está ahora enterrado en su ciudad, pese a que existen múltiples huesos, incluyendo tres calaveras, repartidos por ciudades de toda Europa (Toro, Calatayud y Madrid entre ellas).
Avancemos nueve siglos (hasta el XIII), fecha de la primera biografía de San Valentín. Según el beato Santiago de la Vorágine, Valentín de Roma fue condenado a muerte por el emperador del momento, Claudio II Gótico, por negarse a renunciar a Cristo. Siguiendo esta versión, aún tuvo tiempo de devolver la vista a la hija ciega de su carcelero antes de morir el 14 de febrero de 269. Pero si esa fecha fuera cierta, no se explica la ausencia de Valentín en la primera lista de mártires.
No es hasta el siglo siguiente cuando nace la leyenda de que Valentín fue ejecutado por casar en secreto a soldados romanos con sus novias, violando así una supuesta prohibición en ese sentido dictada por Gótico, con la que pretendía evitar que los militares abandonaran el ejército mientras fueran jóvenes.
Es por esa época cuando el poeta inglés Geoffrey Chaucer escribe su obra El parlamento de las aves, estableciendo un paralelismo entre la época de cortejo de las aves y la de los hombres, pues ambas coincidirían con el Día de San Valentín. Pese a que cualquier aficionado a la ornitología sabe que febrero es mala fecha para la coyunta aviar (Chaucer podría estar haciendo referencia al 2 de mayo, día del muy posterior San Valentín de Génova), la obra se popularizó y muchos autores coinciden en señalarla como el inicio de la festividad que hoy celebramos.
Nota: En Internet es fácil encontrar referencias a que el Día de San Valentín fue un intento de cristianizar la festividad romana de la Lupercalia, dedicada a la fertilidad (al desenfreno sexual, vaya) y cuyo «día grande» se celebraba el 15 de febrero. Sin embargo, la desvinculación durante siglos entre el santo y el concepto del amor, como hemos visto ya, parece reducir esto a mera coincidencia.
¿»Fake news» en el santoral?
Si bien es cierto que todo esto transmite una imagen algo chapucera de la burocracia vaticana, hemos de romper una lanza en su favor: aunque libros como El Código Da Vinci hayan popularizado una imagen del Papado como organización dedicada a hurtar durante siglos a la humanidad conocimientos históricos incómodos sobre los orígenes de la fe cristiana, nunca tuvo tal capacidad.
En primer lugar, porque durante mucho tiempo el de Roma sólo fue un obispado más entre tantos, y el cristianismo (incluso en la misma capital del Imperio) no pasó de ser un conjunto de pequeñas comunidades constantemente sometidas a ejecuciones, exilios y huidas repentinas.
Eso lo dotaba de muy poca capacidad para generar y salvaguardar documentación escrita que más tarde, con las persecuciones olvidadas y el cristianismo establecido como religión oficial, podría haber servido para estudiar, datar y verificar los datos sobre la protohistoria eclesiástica (o para guardar bajo llave «las pruebas de la verdad» sobre María Magdalena). Esas circunstancias eran las más proclives a rellenar los huecos con leyendas, difundidas con mejor o peor intención, con o sin lejana base histórica.
La actitud de la Iglesia Católica respecto a las fake news en materia hagiográfica (es decir, relacionada con la historia de los santos) ha ido, no obstante, variando con el tiempo. Así, nos encontramos desde casos como la Legenda Aúrea, la obra del ya citado Santiago de la Vorágine, dedicado a hacerse eco de toda clase de leyendas sobre santos sin el más mínimo criterio; hasta la solvente labor de crítica histórica realizada por los monjes bolandistas desde el siglo XVI.
Es importante ser consciente de todo esto para comprender que el caso de San Valentín no fue, ni de lejos, el peor caso de santo fake. El santoral católico está repleto de leyendas popularesentremezcladas con mitología cristiana, y de figuras canonizadas que beben de religiones dispares e historias dudosas. Pero es algo de lo que hablaremos la semana que viene.