Una de las porciones bíblicas más conocidas es la del buen samaritano. Sin embargo, debemos preguntarnos si solo la consideramos una buena historia del pasado, o si la vemos desde una perspectiva contemporánea. Sin duda vivimos en tiempos en los cuales se necesita el espíritu del buen samaritano, y el lugar en donde debería ser más evidente es en la vida de los cristianos.
Antes de que podamos reflexionar en la historia del buen samaritano, debemos comprender el contexto (vv. 25-29). Un intérprete de la Ley de Moisés se acercó a Jesús y le hizo la siguiente pregunta para probarle: “Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?”. Por lo que Jesús le preguntó: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?”. A lo que este hombre respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Y Jesús asintió en que esa era una buena respuesta al decirle: “haz esto y vivirás”. Pero como este hombre deseaba justificarse, puso en duda quién calificaba como prójimo.
En este pasaje, el Señor no está explicando cómo ser salvo, sino que está ayudando a este intérprete a ver el problema de su corazón. Este hombre creía que ser bueno y cumplir la ley era lo más importante, pero con una simple historia, el Señor le muestra que es un asunto del corazón.
El viajero
“Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto” (v. 30). El camino de poco más de 27 kilómetros entre Jerusalén y Jericó era un territorio peligroso y difícil de transitar. Había un descenso de 914 metros de altitud y estaba lleno de cuevas y lugares rocosos, donde solían esconderse los ladrones. Los viajeros corrían un peligro constante, lo cual explica por qué este judío fue asaltado.
Los religiosos que pasaron de largo
Ese mismo día dos hombres más transitaron por ese camino. El primero era un sacerdote que servía en el templo y se encargaba de ofrecer sacrificios al Señor. Cuando vio al viajero tendido en el camino, lo esquivó y pasó de largo. Luego vino un levita, quien tenía la responsabilidad de atender las necesidades del templo. Este también vio al hombre moribundo, pero lo bordeó y siguió su camino.
Aunque ambos eran religiosos, ninguno se detuvo para ayudar. Dado que el viajero es descrito como medio muerto, quizás pensaron que ya había fallecido y no quisieron contaminarse al tocar el cuerpo de un cadáver. Así que solo lo miraron, lo esquivaron y siguieron su camino.
El samaritano
La siguiente persona que descendió por ese camino fue un samaritano, quien también iba de viaje. Los judíos y los samaritanos no se llevaban bien, pero al ver al hombre herido “fue movido a misericordia” (v. 33) “vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él” (v. 34).
Su bondad fue maravillosa; sin embargo, el samaritano hizo aún más. “Otro día, al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: ‘Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese’” (v. 35).
Al final de esta historia el Señor le preguntó al interprete de la ley cuál de esos tres hombres demostró ser el prójimo del hombre al que habían robado. El intérprete tuvo que admitir que fue el samaritano, pues había demostrado misericordia. Y nosotros también debemos guardar el mandamiento que el Señor le dio a este intérprete: “Ve, y haz tú lo mismo” (v. 37).
En nuestro mundo abundan las personas necesitadas, pero como hijos de Dios, ¿estamos dispuestos a ayudar? La vida cristiana no es algo que solo hacemos los domingos cuando vamos a la iglesia. Nuestra cristiandad debe ser demostrada a diario. Por lo tanto, debemos preguntarnos si somos misericordiosos y compasivos con los necesitados.
Las características del buen samaritano
Mientras reflexionamos en las características del buen samaritano, preguntémonos si esas cualidades también son evidentes en nuestra vida.
Abre sus ojos. Aunque los tres viajeros vieron al hombre gravemente herido, solo el samaritano lo miró y se detuvo para ayudar. Antes de que podamos ayudar a otros, debemos ver las necesidades que tienen.
Abre su corazón. La mayor diferencia entre la mirada de los dos hombres religiosos y la del samaritano fue la compasión. El samaritano vio la impotencia y el sufrimiento del moribundo, y su corazón se conmovió. A pesar de que sabía que detenerse en este camino podía ser peligroso, su compasión anuló su cautela. En lugar de preocuparse por su propia seguridad, se centró en el sufrimiento de la otra persona.
Abre sus manos. El samaritano no solo sintió lástima del hombre herido, sino que además alivió su sufrimiento vertiendo aceite y vino en sus heridas. Pero si simplemente le hubiera tratado las heridas y lo hubiera dejado en el camino, no habría sido de mucha ayuda. El samaritano no lo dejó atrás, sino que lo puso en su cabalgadura, lo llevó a la posada más cercana y cuidó de él.
Abre sus posesiones. Como el samaritano iba de camino, tenía que proseguir su viaje, aunque el hombre herido aún necesitaba tiempo para recuperarse. En vez de abandonarlo e irse, le pagó al mesonero de la posada para que lo cuidara. Luego, prometió regresar y pagar todo lo que gastase en esos cuidados.
Abre su tiempo. El samaritano estuvo dispuesto a interrumpir su viaje para socorrer a este hombre necesitado e indefenso. Detuvo su travesía durante cierto tiempo para hacer lo más importante: demostrar compasión y cuidar a un necesitado.
Lo que observamos en el buen samaritano es una actitud genuinamente cristiana. En nuestros días tenemos muchas oportunidades de ser buenos samaritanos, pero para que podamos serlo, tenemos primero que ver las necesidades, sentir compasión y estar dispuestos a dar nuestro tiempo y recursos para ayudar a otros. Al permitir que el amor de Cristo fluya a través de nuestro corazón, entenderemos cada día más lo que significa amar a nuestro prójimo.
REFLEXIÓN
Al reflexionar en cuanto a las maneras en que Dios desea que nos abramos a las necesidades que nos rodean, ¿cuál es su mayor reto?
Cuando ve a alguien que necesita ayuda, ¿qué le impulsa a actuar? ¿Qué le impide ayudar? En el momento, ¿qué parece más importante que satisfacer la necesidad de esa persona?
Fuente encontacto.org