Hablamos con tres hombres víctimas de abuso doméstico para entender cómo terminaron en una relación abusiva, cómo lograron liberarse de sus parejas y para hablar de los obstáculos que enfrentaron al intentar buscar ayuda.
JOHN
Cuando empecé a salir con mi novia yo estaba completamente enamorado de ella, pero después de unos meses se empezaron a notar las grietas.
Ella me decía que estaba gordo, me pellizcaba hasta que me salían hematomas y me golpeaba en el pecho. Cuándo le decía que no me gustaba eso, ella respondía diciendo que era jugando o cuestionaba mi masculinidad.
Después de un tiempo, los pequeños actos de violencia escalaron a unos mayores. Una vez me pateó tan fuerte en la cadera que más tarde ese día colapsé en el trabajo por eso y tuve que ser llevado al hospital.
Tuve que usar muletas por tres semanas después de eso. No le dije a nadie lo que pasaba e inventaba excusas de mis heridas porque quería protegerla.
La terminé sacando de mi apartamento después de que ella me golpeara varias veces en la cara, pero ella siguió escribiéndome, diciendo que me amaba, así que acepté volver a intentar.
Justo después de que dije que podíamos retomar nuestra relación, ella me llamó y me dijo que no quería nada conmigo. Creo que estaba tan obsesionada con tener el control que quería ser ella quien terminara las cosas.
Luego llamé a la policía y reporté el abuso, pero no me tomaron en serio. Me preguntaron por qué no me fui antes, dijeron que pude haberla abandonado en cualquier momento. No me imagino que le digan lo mismo a una mujer víctima de violencia doméstica.
KIERON
Empezó siendo el matrimonio perfecto, pero luego mi esposa y yo tuvimos una discusión un día que estábamos en la ciudad y ella me pateó en mi zona íntima en frente de nuestros amigos.
Fue muy vergonzoso, y fue el primero de muchos incidentes. Con el pasar del tiempo ella me pateó, me abofeteó y me golpeó. Incluso me sacó un par de dientes.
Me preocupaba llamar a la policía y que se burlaran de mí, pero después de un tiempo lo hice de todas formas. Le dieron una advertencia y eso fue todo. Creí que eso mejoraría las cosas, pero de hecho las empeoró.
El punto crítico fue cuando me apuñaló con un cuchillo para bistec, perforando el recubrimiento de mi corazón. Tuve que ir a cirugía y luego me enteré de que había un 50 por ciento de posibilidades de morir gracias a las heridas.
Le dije a la policía lo que había pasado y la sentenciaron a cuatro años y medio de prisión. Desde entonces ella ha expresado remordimiento y otra vez somos amigos, pero nuestra relación está completa y definitivamente acabada.
Tiene que haber un mayor esfuerzo por esparcir la consciencia frente a los hombres víctimas de abuso doméstico, para que así la gene pueda buscar ayuda antes de terminar en una situación de vida o muerte como la mía.
SHAUN
Al comienzo yo estaba fascinado por mi exesposa. Era atractiva, amable y educada, además de exitosa y sumamente rica. Era del sudeste asiático, y cocinaba una comida asiática increíble. Seis meses después de empezar la relación ella dijo que estaría más cómoda si nos casáramos. Las cosas iban muy bien, así que pensé, ¿por qué no?
Esto fue un gran error, porque poco después de habernos casado ella entró al baño con un cuchillo mientras yo me estaba duchando y dio un par de estocadas, intentando cortarme mi hombría.
Quedé aterrado y no tenía idea de lo que estaba ocurriendo, pero logré esquivar su arma hasta que se tranquilizó. Ella se disculpó, y quedó claro que sufría de una enfermedad mental.
Aceptó ir al médico, quien le recetó Zoloft. No tengo idea de lo que le pasaba, pero luego me enteré de que había tenido una infancia traumática. Creo que tenía muchos temas por resolver, lo cual la hacía explotar de vez en cuando.
Todo volvió a la normalidad después de eso, y asumí que las medicinas habían controlado las cosas. El siguiente año de nuestro matrimonio no tuvo ningún incidente, y olvidé el ataque.
Luego, un día mi esposa me contó que su hermana había desechado los medicamentos porque eran «venenos occidentales». Me acusó de querer matarla y empezó a lanzarme platos. Me encerré en la habitación, hice una barricada en la puerta y me fui a dormir.
A la mañana siguiente, me asomé a la sala y vi que estaba dormida. Caminé en puntas hasta la puerta principal, intentando no despertarla, pero de la nada sus ojos se abrieron y ella se me abalanzó, intentando morder mi pene. Un vecino terminó llamando a la policía y los oficiales la llevaron a la casa de una amiga para que se calmara, pero ella regresó a la casa y me atacó con una plancha. Corrió hacia mí, rebotó contra mi cuerpo y cayó en la mesa de centro, cortándose.
Con toda la sangre, la policía inicialmente pensó que yo la había agredido, asumiendo que yo había sido el agresor solo por ser hombre. Afortunadamente, una oficial reconoció lo que había pasado y dijo que pensaba que yo era una víctima de abuso doméstico.
Logré que mi esposa volviera a tomar sus medicamentos nuevamente y todo estuvo bien por un tiempo, pero luego dejó de tomarlos porque no le gustaban los efectos secundarios. Los problemas volvieron de inmediato, con ella preguntando si la estaba engañando y pidiendo constantemente si podía oler mi pene para saber si este olía a flujos vaginales.
Cuando me negaba, me perseguía por toda la casa con un cuchillo. Yo estaba avergonzado de decirle a alguien lo que pasaba por todo el estigma que rodea a los hombres víctimas de violencia doméstica.
La gota que rebasó el vaso fue cuando mi esposa me lanzó una plancha un día y eso dio contra nuestro candelabro. La policía llegó a la casa nuevamente y decidí que ya era suficiente. Me mudé y decidí no mirar atrás.