Las deudas personales se han disparado en la cultura occidental. El crédito fácil, el deseo de tener cosas materiales y la falta de voluntad para ahorrar y esperar, han llevado a muchas personas por el camino de la esclavitud económica. La Biblia no prohíbe los préstamos, pero nos advierte de sus consecuencias negativas. Nuestro versículo de hoy describe al deudor como el esclavo del acreedor.

El dinero tomado prestado nos cuesta cierto grado de libertad. Significa que nuestro cheque ya no es totalmente nuestro, ya que debemos reservar parte del mismo para pagar al acreedor. A medida que se acumulan los intereses, la carga económica puede obligarnos a trabajar más horas. La obligación de pagar la deuda dificulta muchas veces la capacidad de dar para la obra del Señor, o de ayudar a personas necesitadas. En vez de recibir las primicias, Dios recibe las sobras o nada en absoluto.



Las consecuencias de acumular deudas van más allá de la cuestión monetaria. La carga de las facturas acumuladas crea estrés emocional y en las relaciones. De hecho, los problemas económicos son una de las principales causas de divorcio. Incluso nuestra relación con el Señor se ve afectada cuando dejamos que nuestro apetito por las cosas materiales prevalezca sobre nuestra obediencia a su voz.

La próxima vez que se sienta tentado a hacer una compra que, en realidad, no puede pagar, ¡deténgase! Vaya a su casa y pregúntele al Señor si quiere que haga la compra. Si la aprueba, pídale que le provea lo necesario. Luego espere. La verdadera libertad llega a quienes confían en la provisión del Señor, en vez de sus tarjetas de crédito.



Fuente: encontacto.org