Podríamos pensar que nuestros pecados no afectan a nadie, lo cual no es cierto. Lo que hacemos afecta también a los demás, lo sepamos o no. Y Cristo nos advirtió que hacer pecar a otra persona nos dejaría peor que si nos “ahogáramos en lo profundo del mar” con una piedra de molino atada a nuestro cuello (Mt 18.6).

La gente observa lo que hacemos, y ¿quién de nosotros no ha pecado? Podemos tratar de excusarnos afirmando que la mayor parte de nuestro pecado es trivial y no será notado por los demás, y mucho menos les hará daño. Pero consideremos cómo nuestro pecado puede llevar a otros por el mal camino.



    • Nuestra falta de perdón contra alguien podría hacer que un amigo cercano o un miembro de la familia se ponga de nuestro lado y también sienta rencor.
    • El enojo esporádico que expresamos delante de nuestros hijos, puede hacer que nos imiten y luego piensen que ellos también tienen el derecho de expresar su malhumor cuando deseen hacerlo.
    • Las mentiras que decimos para salir de situaciones difíciles envían un mensaje, en especial a los niños, de que la verdad es opcional, dependiendo de las circunstancias.
    • Las conversaciones llenas de chismes pueden destruir la reputación de otras personas y hacer que quienes escuchan pequen al difundir los rumores.

La advertencia del Señor debe ser tomada en serio. Debemos considerar las consecuencias de nuestras acciones y actitudes, y luego volvernos hacia Él en confesión y arrepentimiento. Si se lo pedimos, nos dará la gracia y la fortaleza para andar en sus caminos e influenciar a otros en favor de la justicia.

Fuente Encontacto.org