“¿Qué voy a hacer?”. ¿Cuántas veces nos lo hemos preguntado con desesperación? A veces, las tormentas de la vida vienen sin cesar; parecen interminables, haciéndonos pensar que no podríamos aguantar más. En momentos como esos, el Salmo 62 ofrece tres lecciones valiosas:
Primero, debemos esperar. Es comprensible que queramos respuestas y alivio de inmediato, pero el Señor actúa en el momento correcto y nunca llega tarde. Por lo tanto, debemos esperar a que nos guíe al siguiente paso, aun cuando eso signifique resistir nuestro deseo natural de reaccionar con rapidez y tomar el control de las circunstancias.
Segundo, debemos esperar en silencio. Cuando sosegamos nuestra mente y aquietamos nuestra lengua, le damos a Dios la oportunidad de hablar sus palabras de esperanza y confianza a nuestro corazón. En vez de dejar que la ansiedad y la preocupación ocupen nuestros pensamientos, debemos enfocarnos en las promesas de Dios en las Sagradas Escrituras. Entonces tendremos paciencia, confianza, valor y la seguridad de que le importamos y de que tiene el control.
Tercero, debemos tener presente la motivación de esta espera: la intervención de Dios. Nuestro enfoque debe estar en el Señor, no en nuestros problemas, en nosotros o en las personas. Debemos aprender a filtrar todo lo que aleje nuestra confianza en Dios, pues Él actúa de acuerdo con su voluntad y su tiempo.
Cuando las tormentas de la vida le golpeen, asegúrese de que sus pies estén plantados en la roca sólida de Jesucristo. No piense: ¿Qué voy a hacer? Más bien, pregúntese: ¿Qué está haciendo Dios? Y tenga la seguridad de que Él está haciendo algo.
Fuente: Encontacto.org