Por Katherine A. Taveras: Su mirada es cada día más lejana, pareciera entre sus ojos preguntarse quién la mira, se convierte en una niña, de repente sus decisiones se volvieron travesía. A momentos hace chistes de aquellas historias lejanas, luego se pierde en el cuento y sorpresiva nos reclama. Le gusta el dulce y las frutas en las tardes de verano, pero los dejó hace tiempo porque hoy no son de su agrado.
Sus manos muestran esfuerzos, traen siempre a la memoria sus caricias y consejos cuando era aquella señora. Su café con pan tostado, las mañanas junto al río, las llamadas de atardecer mientras hacía cuentos con vecinos.
Hoy viajan sus pensamientos, olvida muy pronto nombres, hoy un señor en su mente se ha apropiado de su norte. Se sostiene de a poquito, no hay definición posible, escucha cada palabra pero las ideas comprime.
El señor que en ella habita quizás sea un alemán, Alzheimer le dicen todos, él no se sabe explicar.
Mientras ella reza y camina, quizá no se acuerda ya, que sus actos y bondades en el alma vivirán. Que ser divino permanece, es leal y es constante, que no hay olvido que arranque una integridad inquebrantable. Que muchas sonrisas produjo, sus manos fueron gran cura, que dio amor en desmedida, que como ella ninguna.
Que su vida aun sin recuerdos es un pilar valorado, que fue heroína en silencio de los sueños de unos cuantos. Que sus arrugas son muestra de dedicación y entrega, que no hay condición que borre una noble y dulce abuela.