El Washington Post informó que Instagram está probando un prototipo en Canadá que ocultaría los “me gusta” y la cantidad de vistas y reproducciones de las imágenes y videos para “controlar las tendencias competitivas y hacer que la experiencia sea un poco ‘menos presurizada’”.

Tú podrás verificar cuántos “me gusta” recibió una publicación, pero tendrías que hacer clic para encontrar dicha información. En el mismo reporte, el CEO de Twitter, Jack Dorsey, reconoció que su plataforma estaba probando un escenario similar en una de sus aplicaciones.



Redes sociales.

Todo esto ocurre a medida que más y más personas reconocen la amenaza a la salud mental, especialmente para los jóvenes, que puede producir la vigilancia constante de los “me gusta”, los retweets, y otras señales de aprobación de las personas en línea.

¿Por qué las redes sociales se han convertido en una búsqueda de aprobación social? ¿Y por qué nos importa tanto esto, al punto de consumir la vida de algunas personas?



En un número reciente de The New Yorker, la periodista Jia Tolentino escribió que quizás el problema principal de las redes sociales es que “hemos permitido que nos hagan sentir valiosos”.

“Estas plataformas fomentan el uso compulsivo al ofrecer formas de aprobación social (“me gusta” en Facebook e Instagram, y “retweets” en Twitter) que son intermitentes e impredecibles, como si estuvieras jugando en una máquina tragamonedas que te dice si la gente te quiere o no”, escribió.

“Si pudiera activar un interruptor que me permitiera obtener recomendaciones de libros en Twitter, y fotos de cachorros en Instagram sin ver cuántos seguidores estaba adquiriendo o a cuántas personas le gustaron mis publicaciones, lo haría —afirmó—. Esto me ayudaría a perder menos tiempo en Internet y a sentirme menos consumida por esto. Por supuesto, hacerlo no me proporcionaría tantas inyecciones regulares de dopamina inútil, ni haría que Twitter o Instagram, o las compañías que publicitan en las redes sociales, ganen mucho dinero”.

El problema de las redes sociales no es la tecnología, sino nosotros.

Uno no necesita pasar mucho tiempo con padres de adolescentes que usan con intensidad las redes sociales para ver cuántos de ellos están luchando contra una ansiedad generalizada producida por las redes sociales.

Ya es bastante difícil ser un adolescente que se pregunta constantemente dónde encaja y qué piensan los demás de él como para añadirle un mecanismo que pretenda mostrarle las respuestas a esas preguntas, con datos sin procesar, todo el tiempo. Dicha vida es como un político que verifica sus números de sondeo de seguimiento diario, excepto que no hay elecciones al final. Y esa realidad no es solo para adolescentes.

Pocas personas son tan dignas de lástima como los “trolls” de las redes sociales, quienes andan publicando material sorprendentemente provocativo, o que buscan personas de alto perfil para atacarlas en línea. Es fácil etiquetar a estas personas como excepcionalmente indeseables cuando en realidad son excepcionalmente solitarias y en busca de la atención de otros.

El filósofo Ziyad Marar identifica este deseo primordial de pertenecer y ser aplaudido como la antigua “necesidad de sentirse justificado”. En culturas antiguas, argumenta Marar, esta necesidad de justificación se encontraba principalmente en dioses y tradiciones, pero en nuestra época de secularización solo la podemos encontrar en otras personas. Las redes sociales son solo un indicio más de que no está funcionando.

Como cristianos, debemos reconocer este peligro. Jesús nos advirtió de ello, y encarnó algo completamente diferente en su propia vida. “Yo no recibo gloria de los hombres”, dijo (Jn. 5:41). A las multitudes que lo rodeaban, también les dijo: “¿Cómo pueden creer, cuando reciben gloria los unos de los otros, y no buscan la gloria que viene del Dios único?” (Jn. 5:44). Estas palabras nos llevan a reconocer que el problema no se originó en Silicon Valley, sino en el Jardín del Edén.

De la misma manera, estas palabras nos llevan a recordar que no hay soluciones fáciles para el anhelo de aprobación. Este deseo de ser justificado es una realidad que, en última instancia, no puede lograrse mediante nuestra imagen o nuestras obras o nuestra popularidad, sino solo por gracia por medio de la fe (Ro. 4:1-25; Ef. 2:4-10).

El problema de las redes sociales no es la tecnología, sino nosotros. Ignoramos el tribunal de Cristo ante el cual estaremos todos de pie; y esto no nos lleva a la libertad, sino a encontrar pequeñas sillas de juicio a nuestro alrededor, todo el tiempo, para decirnos: “Bien hecho, siervo bueno y fiel”, o “Apártate de mí, hacedor de maldad”.

Esta aprobación, incluso cuando se encuentra, no se compara en nada a la de un Padre que realmente te conoce por quién eres, y que te ama a pesar de ti. Esta aceptación cibernética, incluso cuando se alcanza, no se acerca en lo más mínimo a la realidad de Aquel que “demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, [Cristo] murió por nosotros” (Ro. 5:8).

Entonces, ¿qué valor tienen los “me gusta”, si en realidad ya eres amado? Y ¿qué importancia tienen los retuits, si, mejor aún, puedes renacer?

Visto en coalición por el evangelio