Lo llaman síndrome de la riqueza repentina, síndrome de riqueza súbita o síndrome del nuevo rico.
Se ha traducido de varias maneras, pero tiene un nombre oficial en inglés (sudden wealth syndrome) y un creador, el psicólogo Stephen Goldbart. Es una de las mentes tras el instituto Money, Meaning and Choices, («Dinero, significado y elecciones») que presta ayuda financiera y psicológica a gente de clase media o baja que, repentinamente, se ha hecho millonaria.
Estamos, probablemente, ante el único síndrome que toda la humanidad desearía sufrir.
Hay mucha leyenda al respecto. “¿Sabes ese que ganó el gordo de Navidad? ¡Pues lo perdió todo y está en la calle!”. No siempre ocurre así, pero según Money, Meaning and Choices la gente que gana grandes sumas de dinero y tiene que lidiar con un nuevo estatus socioeconómico que no sabe cómo manejar experimenta síntomas como el aislamiento, el sentimiento de culpa y un miedo extremo e irracional a perder el dinero que ha ganado. No ocurre exclusivamente con la lotería: también le sucede a gente que recibe una inesperada (y abultada) herencia o a aquellos que conocen un éxito profesional repentino que les reporta mucho dinero, como por ejemplo los deportistas de élite. Pero la lotería es su panorama más habitual, hasta el punto que desde muchos organismos oficiales de lotería y apuestas del mundo se facilita a sus ganadores guías y asesoramiento para sobrellevar su nueva condición.
Money, Meaning and Choices (MM&C) ha destallado cuatro fases de la relación que alguien que ha recibido una cantidad enorme de dinero atraviesa con su nueva fortuna.
La primera es la que denomina “luna de miel”: al igual que una relación nueva que empieza, el dueño del dinero se siente fuerte y dichoso. En esta etapa muchos ganadores de la lotería o de un Gran Premio realizan gastos ostentosos e innecesarios: en este artículo de The New York Times, por ejemplo, Alcario Castellano, de California, cuenta que compró un Jaguar a su esposa Carmen cuando ganaron la escandalosa cifra de 141 millones de dólares en la lotería (unos 126 millones de euros).
La segunda fase es la aceptación de la riqueza:
La sensación de fortaleza se empieza a mezclar con la de vulnerabilidad y el nuevo rico empieza a plantearse la necesidad de poner límite a sus gastos.
En una tercera hay una consolidación de la identidad:
El nuevo rico acepta que lo es y aprende a lidiar con su nueva identidad, que está ahora definida por su enorme riqueza.
La última fase, la de administración:
El nuevo dueño del dinero ha establecido una relación madura con su riqueza y tiene claro que hacer con él en términos “personales, familiares y filantrópicos”.
El consejo de MM&C al nuevo rico es claro: necesitará usted un asesor financiero, pero también, y casi en mayor medida, un psicoterapeuta. Los casos de millonarios repentinos que acaban en el lodo son tantos que casi se han convertido en un subgénero periodístico y también en uno melodramático.
La británica Vivian Nicholson ganó unos 152.000 libras en 1961 (unos tres millones de euros actuales al cambio) gracias a una quiniela deportiva y, tras gastárselo de forma rápida y estúpida, se quedó viuda, se casó cuatro veces, se endeudó, se hizo alcohólica y acabó bailando en un club de estriptis. Una foto suya decora la portada del sencillo de los Smiths Heaven knows I’m miserable now («El cielo sabe que ahora soy miserable»). Su historia se ha contado en un libro, en un musical y en un telefilme.
El caso de Vivian es el más famoso, pero hay muchos más y siempre siguen una estela parecida: gastos sin control, adicciones, aislamiento de familia y amigos y, al final, la bancarrota. Estos, por supuesto, son los casos más extremos. En otros, el sueño de la prudencia se cumple y esta inyección de dinero hace que sus ganadores sigan llevando una vida tranquila pero, sencillamente, más desahogada en lo económico.
En 2017 la Cadena Ser localizó a algunos ganadores del Gordo de la Lotería de Navidad de años anteriores. El frutero José Antonio García utilizó sus 800.000 euros para comprarse un piso un poco mejor, un coche y pagar deudas. María, que ganó 400.000 euros, se compró con su marido una casa en las afueras de Madrid.
El caso de Cristóbal González, que ganó 20 millones de pesetas de 1984 (hoy serían también unos 400.000 euros actuales al cambio), es más bonito: dejó su trabajo en la Casa del Libro para montar su propia librería.
Probablemente la única lección que podemos aprender de todo esto es que, ante una cantidad de dinero inesperada, es mejor que sigamos nuestros sueños en vez de escuchar nuestros caprichos.
Con información de El País