La advertencia en Hebreos 3 es muy seria. Cada vez que ignoramos lo que Dios ha dicho, puede ser señal de un corazón endurecido. Aunque, por lo general, pensamos que esta condición se aplica solo a aquellos que rechazan a Cristo, la realidad es que los creyentes pueden llegar a endurecerse “por el engaño del pecado” (v. 13).

Cuando el Señor comienza a convencernos de pecado, podríamos justificar nuestra desobediencia, pensando que no es muy grave, o podríamos estar tentados a ocuparnos de otras cosas para evitar enfrentar el problema. Quizás no estemos dispuestos a lidiar con ese pecado, porque tenemos miedo de los cambios que Dios nos esté pidiendo. Por tanto, nos distraemos con otros pensamientos y actividades, empujándolo más y más lejos de nuestra mente con la esperanza de silenciar su reprobación.



Podemos pensar que ignorar al Espíritu Santo no sea un asunto serio, cuando es una rebelión contra Dios, la esencia misma del pecado. A menudo comienza con la negativa a ceder el control, para no confiar en el Señor. Cuando comenzamos a satisfacer nuestras preferencias, no pasa mucho tiempo antes de que redefinamos lo que Dios ha dicho, en un intento por hacernos sentir mejor y sofocar el persistente sentimiento de culpa.

El peligro de tal comportamiento es que perdemos de vista nuestro “primer amor”—nuestras acciones demuestran si amamos nuestro pecado más que a Cristo (Ap 2.4). El resultado es un corazón que se ha vuelto insensible al pecado. Al ignorar las advertencias del Espíritu Santo, podemos habituarnos al mal y adoptar un estilo de vida pecaminoso. Por eso debemos guardar y examinar con mucho cuidado nuestros corazones.



Fuente Encontacto.org