Ya sea en el lugar de trabajo o en otra parte, el desánimo puede mermar la energía y la productividad. Para disminuir su efecto paralizante, los creyentes debemos aprender a detectar sus fuentes y síntomas. Examinemos algunas causas externas:

Las frustraciones sin resolver. Esto podría ser el resultado de decepciones causadas por nuestras expectativas fallidas o las de otros.



La crítica constante. Las descalificaciones de los demás pueden hacernos pensar que hay algo mal en nosotros. Sin embargo, a menos que Dios nos indique que tales comentarios son justos, debemos ignorarlos.

El sentir que nadie nos presta atención. Lo cual puede hacernos sentir rechazados.



El sentir que nuestro esfuerzo no es apreciado. A veces estamos tan entregados a nuestro trabajo, que el hecho de que alguien no reconozca nuestros esfuerzos puede parecernos un desaire personal.

Un ambiente negativo de trabajo. Muchos creyentes disfrutan lo que hacen, pero detectan que sus compañeros de trabajo son crueles, amargados o reacios a reconocer el tiempo invertido, la energía o la creatividad de otros. Esto puede hacer muy difícil el sentirse motivado a la hora de ir a trabajar todos los días.

Falta de oportunidades para destacar. Un trabajo que no haga el mejor uso de sus dones y sus destrezas puede agotar a la persona. Lo mismo puede decirse de jefes inflexibles que limiten la libertad de innovación.

A menudo, son las personas que vemos todos los días las que parecen tener el mayor poder para desanimarnos. Vuelva a leer la lista. ¿Alguno de los escenarios anteriores le suena familiar? Si es así, pídale a Dios fuerzas para enfrentar con confianza y gracia renovadas estos desalentadores externos.

Fuente Encontacto.org