En la cultura cristiana de hoy, la fe es vista a menudo como una posesión que afecta solo a su dueño. Debido a nuestro amor por la independencia y la autosuficiencia, en muchos aspectos hemos perdido el sentido de comunidad y de alcance que la iglesia debe encarnar. Vivimos como pequeñas islas en nuestra “relación personal con Cristo”, pero Dios quiere que nuestra fe influya en los demás, tanto dentro como fuera de la iglesia.
La fe de Elías influenció a toda la nación de Israel. Al creer y entregar el mensaje de Dios, fue un ejemplo para ellos en palabras y hechos. Cuando le pidió al Señor que se revelara como Dios Todopoderoso, cayó fuego del cielo y la gente creyó.
La motivación del profeta en el enfrentamiento en el monte Carmelo fue hacer volver al pueblo al Señor. Por lo general, pensamos en “compartir nuestra fe” con quienes no conocen a Cristo, pero nuestra confianza en Dios también puede alentar a los creyentes débiles o descarriados. Del mismo modo, los fuertes en la fe pueden fortalecernos cuando luchemos con la duda.
La iglesia es descrita como un cuerpo cuyas partes están interconectadas. (Véase 1 Co 12.12). Dios nunca ha querido que vivamos una fe aislada. No somos como una bolsa de canicas; más bien, debemos ser como un racimo de uvas cuyos jugos se mezclan cuando son presionadas.
Esté alerta contra una vida cristiana de aislamiento. Comparta la confianza que tiene en la fidelidad de Dios. Su testimonio podría ayudar a que la fe de otros crezca. Si está turbado por la duda o el temor, deje de lado cualquier orgullo o vergüenza, y busque la ayuda de un creyente fuerte.
Fuente Encontacto.org