Es posible que haya notado que la perspectiva de Dios puede ser muy distinta a la del mundo. El Salmo 24.1 que dice: “Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella” es un buen ejemplo. Las personas que no conocen a Dios a menudo encuentran desconcertante este versículo, mientras que a los creyentes nos reconforta el saber que nada nos pertenece, pues nuestro Padre celestial es dueño de todo.
Vivimos en la Tierra de Dios, bebemos su agua, comemos su comida, respiramos su aire, sentimos el calor de su sol y gastamos su dinero. Tan solo somos administradores de todo lo que nos confía; y puesto que el Señor es el verdadero propietario de todo lo que tenemos, tiene la última palabra con respecto a lo que debemos hacer con eso.
En última instancia, las pertenencias, las oportunidades y las riquezas que Dios nos da, deben ser usadas para su gloria. Ahora bien, esto no significa que exija que nos desprendamos de todo para vivir en pobreza. El Señor nos da, por su gracia, posesiones para que las disfrutemos y las usemos. Pero también quiere que invirtamos en lo que durará para siempre: su ministerio, su Palabra y su pueblo.
Oro para que Dios le guíe con respecto a la administración de sus pertenencias. Pregúntele cómo quiere que utilice los bienes, oportunidades y privilegios que le ha dado. Luego, no se aferre a las cosas, y deje que la Palabra de Dios le guíe hacia su buena y perfecta voluntad.
Fuente Encontacto.org