Los cristianos están llamados a dejar de lado “ira, enojo, malicia, blasfemia y palabras deshonestas” (Col 3.8). La orden es clara, pero el proceso de lograr y mantener este objetivo puede parecer complicado y agobiante.

El primer paso es reconocer la ira en nuestro corazón. Esto puede parecer innecesario para quienes son expresivos por naturaleza, pero las personas que guardan enojo en lo más profundo de su ser necesitarán pasar tiempo con el Señor en reflexión y examen de conciencia. El resentimiento que ha estado creciendo e infectando el corazón, puede hacer mucho daño; la espada afilada de la Palabra de Dios es necesaria para revelar la ira que ha estado hirviendo a fuego lento bajo la superficie (He 4.12).



El siguiente paso es confesar la ira injusta como pecado, y comenzar después a lidiar con ella de inmediato. Ya que la ira es una respuesta al dolor, no se le puede excusar ni defender en nombre de la justicia. Entonces, aun cuando alguien haya pecado contra usted, es importante darse cuenta de que aferrarse a la ira también es un pecado. La Biblia dice que venzamos al mal con el bien, no que paguemos mal por mal (Ro 12.17, 21).



Algunas personas quieren aferrarse a sentimientos de rencor, pero alimentar una actitud de resentimiento no ayuda; la ira debe ser dejada de lado. Si nos aferramos a nuestro “derecho” de guardar rencor, no podemos esperar vivir con la nueva naturaleza que Cristo ha creado para nosotros.

El medio para encontrar fortaleza se encuentra en la nueva identidad cristo-céntrica. El Señor nos invita a cooperar con Él en el proceso de transformación. Con cada paso de obediencia, la paz de Cristo aumentará y la ira disminuirá.

Fuente Encontacto.org