A veces, las personas piensan que la vida no tendrá complicaciones después de la salvación, solo para descubrir que tienen aun más dificultades que antes. Sin embargo, esto es normal para cualquier cristiano. Antes de encontrarnos con el Salvador, estábamos a la deriva sin un propósito claro, y no había ningún conflicto interno entre los deseos de Dios y los nuestros. Pero después de la salvación, comenzamos un viaje contra la corriente llamado santificación.

Algunas personas pensaban que se estaban apuntando a un Salvador que les daría lo que quisieran; pero como es difícil estar en conflicto perpetuo, se rinden con rapidez y regresan al mundo. Pero quienes han contado el costo y entregado sus vidas a Cristo como Señor, no son dejados solos para que se defiendan como mejor puedan; eso nunca funcionaría, porque los esfuerzos humanos no pueden vencer al pecado. Lo que se necesita es el poder divino que tenemos en la persona del Espíritu Santo, que vino a vivir dentro de nosotros en el momento de la salvación.



En la epístola a los Gálatas, el apóstol Pablo nos advierte que no usemos nuestra libertad en Cristo como una excusa para volver al pecado y a la mundanalidad. Por el contrario, debemos “andar en el Espíritu” (Gl 5.16). Aunque luchemos, debemos buscar avanzar hacia la santidad y la semejanza con Cristo por medio del poder del Espíritu Santo.

Cada día lidiamos con pecados como los celos, la lucha, el egoísmo y el orgullo. Pero al mismo tiempo podemos aprender a andar en el Espíritu, quien nos da poder para dejar de lado los deseos carnales. Al someternos por completo a Él, podemos andar en victoria sobre el pecado y el ego.



Fuente Encontacto.org