Todos pensamos que hay ciertas cosas que nunca haríamos: Yo nunca engañaría a mi cónyuge; nunca robaría a mi empleador; nunca traicionaría a un amigo, etc. Al pronunciar las palabras, estamos seguros de que las cumpliremos. De lo que los creyentes a menudo no se dan cuenta, es que el viaje del “yo nunca lo haré” a “lo hice”, está formado por pasos pequeños de tolerancia.

Un Salomón joven y ferviente podría haber dicho: “Nunca seré un esclavo del deseo de adorar dioses falsos”. Sin embargo, terminó su vida con una multitud de esposas y amantes que exigieron su lealtad a sus deidades. Descuidar las leyes y preceptos del Dios verdadero le costó muy caro.



Salomón conocía las advertencias contra el matrimonio con personas extranjeras, “porque ellas los apartarán del Señor y los harán servir a otros dioses. Entonces la ira del Señor se encenderá contra ti” (Dt 7.4). Pero las ventajas políticas de una alianza con Egipto lo convencieron de faltar a esos altos estándares (1 R 3.1). El hecho de que Dios no reaccionara de inmediato a la rebelión de Salomón, puede haber hecho que justificara que el próximo matrimonio fuera aun más fácil; después de todo, una nación estaba más segura si el harén de su rey incluía a las hijas de los posibles enemigos. Pero tal como Dios lo advirtió, el harén de mil mujeres de Salomón alejó su corazón de Él. Rompió un pacto divino, y perdió el derecho de su familia al trono de Israel.

Los mandamientos de Dios están destinados a protegernos del pecado y del dolor. La avenencia puede parecer tentadora e incluso conveniente, pero dar un paso fuera del buen camino hace que el siguiente sea aun más fácil.



Fuente Encontacto.org