«Aquí al menos comemos», repiten los migrantes venezolanos, en su mayoría con bebés nacidos en plena travesía, que están mendigando o pidiendo monedas a cambio de dulces en las calles de La Paz, capital de uno de los países más pobres de Sudamérica.
Bolivia es un nuevo destino para el flujo de venezolanos que caminan y avanzan por América Latina, a medida que colectan lo necesario para ir subiendo a buses con destino a Chile, Perú o Argentina. Apenas cuentan con una cédula de identidad al día y se dirigen a países con sus propias crisis locales, que además les han impuesto visas a una población pobre de origen y sin pasaporte.
«Yo digo que en cualquier lugar estamos mejor que en Venezuela», afirma Darwinson Landaeta, exmensajero en Caracas de 36 años, que lleva un año viajando en su silla de ruedas, junto a Alejandra, su pareja, y dos de los cuatro hijos. A los mayores los dejaron con la familia.
Alejandra no puede más del dolor de cabeza: como muchos sufre el mal de altura en esta ciudad a 3.600 metros sobre el nivel del mar, y donde en pleno verano austral, las mañanas y las tardes son frías, con entre 7 y 12 grados Celsius para los cuales ningún caribeño en estas condiciones tiene buen abrigo.
Pero «aquí con todos los problemas que tuvieron con su presidente (crisis por salida de Evo Morales), al menos Bolivia es un país estable, que tiene estabilidad económica, que podemos comer», afirma.
Darwinson quedó minusválido por un disparo durante una protesta contra el gobierno de Hugo Chávez a principios de 2003. Alejandra era encargada de una fábrica de zapatos, pero a finales de 2018 tuvieron que partir para comer, pararon con su letrero pidiendo ayuda en las calles de Colombia, Ecuador, Perú y la idea era radicarse en Chile.
«En todos los países donde hemos estado lamentablemente hay mucha xenofobia», dice Darwinson, que como la gran mayoría de los venezolanos que piden o venden dulces a lo largo del Paseo El Prado de La Paz vienen de Perú, donde dicen haber sufrido discriminación.
Darwinson, Alejandra y sus niños llegaron hace tres meses a Tacna, la frontera de Perú y Chile, y se encontraron con la sorpresa de que necesitaban visa. Fue así que terminaron en Bolivia.
– «Venimos de la guerra» –
Muchos son jóvenes, salieron con lo puesto de Zulia, Monagas, Anzoátegui, las provincias venezolanas donde más se ha sentido los efectos de una crisis que rompe moldes con una hiperinflación que el FMI estimó para 2019 de 200.000%.
«Nosotros venimos de la guerra», dice Landaeta, mientras una señora le ofrece algo de comer a su niño, que como todos los pequeños no fueron más a la escuela desde que dejaron Venezuela.
A tres cuadras William Ortiz mendiga al lado de una niña. «Tenemos tres semanas en Bolivia, nuestro destino final es Uruguay, eso es lo que va quedando mejorcito por aquí abajo», dice este músico de 45 años de San Juan de los Morros, que no accede a hablar con cámaras ni fotos.
Bolivia, a partir de la nacionalización de los hidrocarburos de 2006, que coincidió con un boom petrolero de precios, comenzó a crecer a un ritmo anual de 4,9%, volviéndose la economía más estable de la región. Es un país que redujo la pobreza extrema de 38,2% en 2005 a 17,1% en 2018, según cifras oficiales.
«Aquí por lo menos le puedo dar algo de comer a mis niñas. No nos dan trabajo, porque no tenemos el carnet migratorio, pero con lo que te dan en la calle uno come», cuenta Josbin Espejo, de 28 años, acompañado de Yister, su pareja, parados sobre los bolsos que los acompañan desde que salieron desde el barrio popular 23 de Enero de Caracas.
Con su hija de 6 años y una bebé de 4 meses que nació en Perú reúnen lo necesario para tomar un autobús a Santa Cruz, la locomotora económica de Bolivia, a unas 20 horas desde La Paz.
– «Consigues comida y medicina» –
Como consecuencia de la prolongada crisis económica y política que vive el país petrolero, 3,6 millones de venezolanos han dejado atrás su país desde 2016, según la ONU.
Eduardo Niño Núñez, 26 años, acompañado de su esposa Wendy de 20 años, piden ayuda en la calle con una niña de 4 años y una bebé de dos meses nacida en Bolivia.
«Acá al menos tenemos un poco más de estabilidad. En nuestro país pasamos hambre», dice a la AFP con los ojos rojos de madrugar para salir a juntar dinero para comer y pagar un alojamiento.
En estas esquinas se conocieron con Fran Salazar, un exestudiante de artes escénicas de 26 años de Maracaibo. Salió de la ciudad peruana de Arequipa cansado de los insultos xenófobos.
Salazar sueña con regresar, como todos sus paisanos de rostros tristes, pero no sabe adónde seguir un periplo por una América Latina convulsionada.
Fuente: AFP