Jack Convery se dirige decidido a Coco di Mama, un restaurante italiano en Londres. Este empleado de una empresa tecnológica va a buscar la comida que pidió con sólo unos clics mediante una aplicación que vende artículos restantes de cientos de establecimientos.
Karma, Olio, Too Good to Go o Food Cowboy. Las aplicaciones para combatir el desperdicio de alimentos, una de las principales causas de emisiones de CO2, están creando tendencia en el Reino Unido.
«Si puedo hacer algo por el medio ambiente y mi bolsillo al mismo tiempo es una situación en la que todos salimos ganando», dice Convery, de 27 años, antes de recoger su plato en el mostrador, que le espera envuelto en papel.
También para los restauradores es una buena operación.
«Cuando donas comida no vendida a la caridad es genial, pero con Karma recuperas algo de dinero. No cubre totalmente el coste de las comidas, pero es algo», dice Sarah McCraight, una de las directoras de Coco di Mama.
A medida que crece la conciencia sobre la emergencia climática, aplicaciones como Karma, una start-up sueca creada en 2016, son cada vez más populares.
Karma afirma tener un millón de usuarios en Suecia, el Reino Unido y Francia. Olio, una empresa británica fundada en 2015, tiene 1,7 millones de clientes en 49 países.
«Un tercio de la comida producida cada año se tira, cerca del 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero provienen sólo de los residuos de comida», tres veces más que las emisiones de CO2 generadas por la aviación, afirma Tessa Clarke, cofundadora de Olio.
El desperdicio alimentario se produce a lo largo de toda la cadena de producción: en las granjas, el transporte, los supermercados. Pero en los países desarrollados, es principalmente en los restaurantes y especialmente en los hogares donde más comida se tira.
– Conexión social –
Olio está especialmente dirigida a quienes disponen de alimentos que no van a comer: las especias antes de una mudanza, las verduras cuando se va de viaje, un pastel que no se va a terminar.
Según Clarke, hasta el más pequeño trozo de brócoli, o un paquete de fideos –a veces ya abierto– encontrará quien lo quiera. La aplicación es particularmente popular entre las personas de 18 a 44 años, y las mujeres, como Amanda Connolly, de 43 años.
Esta fan de Olio, muy comprometida con la reducción de residuos, está actualmente sin trabajo por lo que la aplicación «es realmente útil para recoger pan, latas o cosas así».
«Y además te hace conocer a gente cerca de tu casa», añade.
Olio, gratuita para los particulares, también trabaja con supermercados o restaurantes, a los que se les cobra los gastos de recogida.
Sus voluntarios luego redistribuyen los productos en la plataforma.
Para una oenegé ambientalista como WWF, estas aplicaciones de intercambio de alimentos juegan un papel importante en la lucha contra el cambio climático.
«La mayoría de la gente tiene dispositivos móviles, por lo que las aplicaciones son una forma obvia y sencilla de concienciar y facilitar la acción», dice Joao Campari de WWF.
Sin embargo, pueden ser complicadas de utilizar para quienes no disponen de flexibilidad: las ofertas de Karma por ejemplo aparecen mayoritariamente fuera de los horarios habituales de comidas.
Con Olio, también se precisa tener tiempo para desplazarse y recoger a veces pequeñas cantidades, o estar frecuentemente conectado al teléfono para ver las «gangas» en línea antes de que alguien más las tome.
Su utilidad en la reducción de gases con efecto invernadero tiene también sus límites: «Estas aplicaciones son buenas para la sensibilización, pero no son soluciones en sí mismas», dice Martin Caraher, profesor del centro de política alimentaria de la City University de Londres.
La raíz del problema es que «se produce demasiada comida» y «hay que entender por qué», subraya.
La solución precisa una serie de iniciativas, dice Caraher, que alienta a los restaurantes a reducir sus menús, «porque muchos residuos provienen de lo que no se ha pedido», y la cantidad en sus platos.
Fuente: AFP