Con máscaras protectoras y visores para personal de la salud fabricados en emergencia, la crisis sanitaria del coronavirus ha impulsado la impresión 3D. Pero el costo y la calidad de esta tecnología no representan una amenaza inminente para los empleos industriales.
La pandemia, que está interrumpiendo las cadenas de suministro, ha logrado en pocas semanas lo que los impulsores de la cuarta revolución industrial han luchado por hacer durante 40 años: acelerar la adopción de la impresión 3D e impulsarla más allá del ámbito de universidades y emprendimientos.
En Italia, el primer país europeo afectado por el nuevo coronavirus, la joven Isinnova, especialista en impresión 3D, recibió ayuda para modificar una máscara de buceo Decathlon para responder a la falta de aparatos respiratorios.
El movimiento ha tenido un gran impacto: en Francia, Volumic ha obtenido la validación de 260 laboratorios (Cerballiance) para la impresión de muestras de prueba utilizadas para los exámenes de detección de covid-19.
«La impresión 3D es adecuada para situaciones de emergencia», resumió AFP Arthur Wheaton, profesor especializado en temas sociales y de fabricación en la Universidad de Cornell en Nueva York.
– «Flexible» –
«A diferencia de la producción industrial tradicional, que exige máquinas específicas, creadas en fábricas específicas, la impresora 3D es muy flexible», dice Greg Mark, fundador y director ejecutivo de Markforged, una empresa emergente estadounidense que hace impresoras 3D.
«Uno simplemente necesita un fichero informático distinto. Si quieres que la impresora pase de la impresión de las mascarillas a la de bastoncillos para los oídos, se introduce otro fichero. No es posible en una fábrica tradicional, donde hay que mover e instalar equipos adaptados», explica.
Mark dice que su compañía recibe muchos pedidos, una señal del éxito actual de la impresión 3D.
Hace cuatro años, en los salones profesionales, quienes visitaban su puesto lo hacían con una mezcla de curiosidad y escepticismo, pero el año pasado supuso un antes y un después.
«La gran mayoría de los visitantes habían oído hablar de la impresión 3D. Sabían cómo podían usarla y hemos podido tener conversaciones más detallas», recuerda.
Es el caso del grupo industrial Würth Industry North America (WINA), que junta ahora impresoras 3D y obreros en sus fábricas.
«Ahora podemos proponer los productos más rápidamente y disminuir el coste del almacenamiento. También podemos eliminar el coste vinculado a los insumos y el transporte», dice Dan Hill, el director ejecutivo de la compañía.
– Producción masiva –
La impresión 3D es un proceso de fabricación aparecido en los años 1980. Consiste en convertir un modelo digital en un objeto sólido en tres dimensiones.
Aunque las técnicas utilizadas son distintas, el principio es siempre el mismo: superponer capas de materias. La diferencia es la forma en que se depositan y tratan las diversas capas y el tipo de material utilizado.
El usuario necesita una impresora 3D, consumibles (filamentos, polvo…), un fichero informático y un programa para modelizar el objeto y un ordenador.
Además de la medicina, la aeronáutica, la joyería, el diseño o la industria agroalimentaria han empezado a utilizar la impresión 3D.
Si bien las empresas optimizan el tiempo de fabricación y se vuelven menos dependientes respecto a su cadena de suministro, la calidad de acabado de los objetos sigue siendo imperfecta y, dado el estado actual de la tecnología, es difícil imaginar una producción masiva o la fabricación de bienes complejos y duraderos.
La impresión 3D no es, por tanto, «una gran amenaza para la producción industrial clásica porque la calidad y los costos no son tan buenos como con los procesos de fabricación tradicionales», considera Art Wheaton.
Además, según él, el coste de las impresoras 3D siguen siendo prohibitivo, lo que podría desanimar a muchas compañías y aleja, al menos de momento, la posibilidad de una sustitución de los obreros en las fábricas.
«Las impresoras 3D no son una amenaza inmediata para los empleados, pero mejoras de la tecnología y de su coste podrían ser una amenaza a largo plazo», advierte Wheaton.