Si Internet ya estaba cambiando el mundo, ha tenido que ser una pandemia la que nos ha puesto definitivamente frente al espejo, con nuestras virtudes y miserias. Todos somos corresponsables de la imagen que está proyectando ese espejo. El mundo no volverá a ser el mismo por las siguientes razones:
El colegio y las universidades no son solo un edificio
Estos días quedarán marcados en la memoria de . Son esponjas que absorben todo: nuestros miedos, actitudes, solidaridad y nuestra capacidad de reinventarnos. Para los niños en particular, todo debería de ser positivo, el cambio es parte de su proceso de aprendizaje. La tecnología democratiza el acceso a la educación, es posible seguir formando a distancia y la universidad se transforma así en un puerto seguro al que volver en diferentes etapas de nuestra vida, especialmente si hay tormenta.
Desigualdad social
Vencido el virus, este es el siguiente enemigo al que hay que combatir. Es un enemigo que tiene muchas caras. No todos los niños durante el confinamiento han tenido acceso a Internet para continuar su formación. No todos los adultos están en la misma situación. Al analfabetismo clásico hay que añadir el digital, que en combinación con la apatía pueden llegar a radicalizar la desigualdad social. La brecha digital es también generacional y afecta a nuestros mayores.
Una economía más humana
Educación, investigación y sanidad dejarán de ser consideradas gasto público, son inversión. Las fronteras entre público y privado se difuminarán, sobreviviendo aquellas unidades capaces de dar mejor servicio con menos recursos. El trabajo se flexibilizará, impulsado por la tecnología. Aumentará la dispersión geográfica de la población, junto con las economías de proximidad, en detrimento de las economías de escala. El sector del ocio pasará a ser el principal motor de la globalización, dejando atrás a la industria y al consumo sin límite.
Nuevo liderazgo global
China ha ganado la batalla a la pandemia, la guerra comercial y su nueva posición en el orden mundial con trabajo y paciencia, junto con un control magistral de la tecnología y de las redes sociales. Quedan muchas dudas e incertidumbre, pero al final prevalecerán las democracias frente a los autoritarismos, la solidaridad internacional frente al proteccionismo y todo este cambio probablemente sea liderado por una Europa unida.
Nuevos hábitos de consumo
El ocio gracias a la tecnología convergerá con la salud y la naturaleza. La carrera hacia el low-cost ha demostrado ser insostenible. Se fabricarán menores tiradas, pero de mayor calidad y polivalencia. La impresión 3-D, el código abierto y las economías realmente colaborativas sentarán nuevas bases de consumo donde el compartir tendrá una importancia mayor que el poseer. Los sectores tradicionalmente industriales se tendrán que adaptar a las nuevas relaciones económicas o desaparecerán.
Redes sociales de verdad
Con el confinamiento, las redes sociales han evolucionado con nosotros. La relación con nuestros familiares aislados durante estos días paradójicamente ha podido ser mucho más estrecha. Hemos hecho videoconferencias con nuestros mayores. WhatsApp ha mezclado las relaciones laborales con las personales, permitiendo multiplicar la productividad y el acceso a la información. Nunca se ha fiscalizado más y mejor, en tiempo real, la labor de nuestros gestores públicos. Nunca se han analizado con más detalle los discursos políticos. Nunca hemos estado tan cerca de la verdad, y al mismo tiempo con mayor riesgo de caer en distracciones.
Los atascos son un gran error
En la sociedad de la información dejan de tener sentido las economías de escala, yendo todos a la misma hora a trabajar, amontonados en el metro y en perpetuos atascos. El teletrabajo se terminará imponiendo en empresas que, a su vez, irán teniendo una conciencia medioambiental cada vez más marcada. La gente que vive en zonas rurales está llevando mejor el confinamiento. Las ciudades son una gran trampa ante crisis globales, y los pequeños conglomerados autogestionados una buena solución. Ha sido necesario pararnos a pensar, a disfrutar.
La naturaleza lo agradece
Este es uno de los aspectos más esperanzadores de la crisis de la COVID-19. Ha disminuido la contaminación de nuestras ciudades y está mejorando la calidad del aire. Los pájaros cantan y el silencio se puede tocar. En nuestra mano está investigar cuánta gente está dejando de morir por problemas respiratorios y medir cuál es el impacto positivo que está teniendo para nuestro planeta esta gran parada. ¿Seremos capaces de aprender de todo esto?
Una renovada actitud frente a la vida
Internet está haciendo que las cosas sucedan a mayor velocidad, tanto para bien como para mal. Frente al miedo está el optimismo. No podemos dejar de pensar en ningún momento, ni dejarnos llevar por la negatividad. Hay una gran oportunidad para transformar el mundo en un sitio mejor, oportunidad que, si no aprovechamos nosotros, sin duda la aprovecharán las multinacionales para hacer todavía más negocio a nuestra costa, a costa del planeta.
Las crecientes muestras de solidaridad, poner a la persona en el centro, especialmente a los que más ayuda necesitan y a los que más pueden ayudar, indican el camino. Parar nos permite pensar con paz, nuestra experiencia nos proporciona conocimiento. Tenemos que ser fuertes al actuar, no hay otra actitud posible.
Luis Garvía Vega, Profesor de finanzas en ICADE Business School, Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.